jueves, 5 de mayo de 2016

RECUERDOS ESCOLARES


Me estaba aburriendo de lo lindo en el acto de clausura de mi hijo, hasta que divisé a Elizabeth. Ignoraba que ella tuviera un niño en el colegio aunque debí suponerlo, ambos nos  graduamos allí. Sin poder evitarlo recordé aquellos añorados tiempos cuando ella era la diosa de la clase, la chica que protagonizó nuestros primeros sueños húmedos. Mi corazón latió con fuerza al observar cómo el paso de los años había acentuado sus encantos. Con un sobresalto observé que se acercaba y sin importarle la presencia de mi esposa, se apretó contra mí y depositó un cálido beso en mi mejilla.

―Eduardo, que gusto verte. ―Dijo con un insinuante susurro.

Sonrojado, le respondí tartamudeando.

―Hola Liz, el gusto es mío. Te presento a mi esposa.

Un tenso escalofrío me recorrió cuando Susana la saludó.

―Mucho gusto señora de…

―Encantada. Para su información no soy de nadie. En el mundo solo existe un hombre del que me hubiera gustado ser.

¡Mierda! Dije para mis adentros. Hubiera querido abrir un hoyo en la tierra y desaparecer allí.

―Amor ―dijo Susana.

―Guayito está a punto de salir a escena y estamos muy lejos para tomarle fotos. Ven, vamos al frente.

Al alejarnos sentí el garfio de Susana destrozándome la piel. Nos detuvimos a un costado del escenario, un área que nadie ocupaba pues no había árboles que protegieran del sol.

El tono de voz de mi mujer presagiaba una tormenta.

― ¿Quién es esa perra? ¿De dónde la conoces?

― ¿Cuál perra amor?

―Mira Eduardo, no te hagas el chistosito o te armo una escena. Bien sabes de quién estoy hablando.

― ¡Ah! Te referías a Liz, quiero decir Elizabeth. Fuimos compañeros de promoción.

― ¿Y qué hay entre ustedes?

― Nada. ¿Por qué siempre piensas que tengo algo que ver con las mujeres que me saludan?

― Porque eres un puto. Ya te advertí, si te llego a agarrar con otra, te mando a cortar los huevos ¡cabrón!

Dirigí los ojos al cielo y abrí los brazos mostrando mis manos abiertas.

―Ese silencio lo dice todo. ¿Verdad que te has estado viendo con esa puta y fingieron para tomarme el pelo? Ahora entiendo ese cuento tuyo del taller de redacción de los jueves. Al inicio dijiste que terminaba a las ocho, pero las últimas semanas has estado llegando pasada la medianoche. Ya me colmaste la paciencia. Cuídate. Si te dejo, te quedarás sin un centavo y jamás volverás a ver a Guayito.

Sentía los ojos de los asistentes clavados en mí, tenía el traje empapado de sudor.

―Amor, ¿podemos discutir esto en la casa? La gente nos está observando.

― ¡Me importa un  comino! Merecido lo tienes. Me avergüenzas con cualquier mujerzuela y ni siquiera tienes la hombría de reconocerlo.

― ¡Suzy! Te juro que no estoy enredado con nadie. El taller me sirve de terapia para aliviar las tensiones. A veces acompaño a los muchachos a cenar…

A Dios gracias, siempre he tenido buenos reflejos. Un quiebre de cintura me permitió esquivar su bolso en pleno vuelo. Ella se aproximaba con la muerte reflejada en su mirada, mis pies no obedecían la orden de huir…

Una salva de aplausos desvió nuestra atención. Dirigimos la vista hacia el escenario, justo en el momento que Guayito y sus compañeros, hacían la reverencia de despedida. 

―Imbécil. Por culpa de tus devaneos me perdí la actuación de mi muchachito. ¡Mi vida contigo es un martirio! ¡Soy tan infeliz!

La abracé sin decir nada. Ella siguió con sus lamentaciones.

―Te he dedicado mis mejores años, he sido fiel, te amo como nadie lo hará y mira cómo me pagas.

En ese momento sentí el impacto de otra mirada. Dirigí mis ojos hacia el lugar de dónde venía y divisé la silueta de Elizabeth, alejándose con ese contoneo que nos enloquecía en aquellos tiempos de hormonas alborotadas.

* * * * *

Al día siguiente la cocina estaba saturada por un delicioso aroma a tostadas y café, Susana, luciendo un demacrado semblante, me recibió con un tono conciliador:

―Perdóname por lo que pasó ayer. Imagino que sabes a qué se debía. Ya me vino.

Hice grandes esfuerzos para disimular una sonrisa. Tras quince años de casado, tengo cronometrados nuestros días de suplicio mensuales.

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