El
marido de Rosenda, fue otro más en aquella interminable lista de pilotos,
asesinados por negarse a pagar la extorsión. Dos tipos, con las caras irreconocibles
por los tatuajes, lo cosieron a balazos en una soleada mañana de mayo. Rosenda,
que llevaba a Luisito en brazos, observó la ejecución, tres filas de asientos
atrás. Al día siguiente, su foto, abrazando desconsolada el cuerpo sin vida de
su marido, acaparó las portadas de los diarios.
Las
vecinas le aconsejaron huir de la colonia.
̶ Esos malditos
saben que los vio y vendrán a buscarla. No lo haga por usted, hágalo por su
niño. Él merece una oportunidad de vivir.
Una tarde gris, el vivaracho Luisito, que para
entonces tenía cuatro años, se soltó de la mano de su mamá, echó a correr y por
voltear a verla, chocó contra una extraña mujer.
Delfina era una anciana solitaria que había establecido sus dominios
en el ático de la vivienda en dónde se hospedaban Rocío y su pequeño. De
afilado rostro, ganchuda nariz y largas greñas, tenía una bien ganada fama de
bruja. Numerosas mujeres, de caras angustiadas, pasaban horas sentadas en incómodos
bancos de madera, colocados alrededor del patio, esperando el momento de
consultarle sus pesares.
Cada sábado, al despuntar el alba, ella se dirigía a un lugar
desconocido. Regresaba al atardecer, trayendo consigo, bolsas repletas de extrañas
hierbas. Los vecinos rumoraban que poseía una fortuna porque, cobraba con joyas,
los trabajos que realizaba para recuperar a maridos y novios infieles.
Los ojos de la anciana se concentraron en un
punto indefinido sobre la cabeza del niño, sin quitar la vista de allí, se
dirigió a la mamá.
̶ Querida, percibo algo extraño en el aura de tu
hijo ¿Me permites leerle la mano?
Aunque dudó un momento, Rosenda no se atrevió
a negarse.
̶ Claro doña Delfina, hágame el favor.
La anciana la examinó con cuidado, luego le
confió.
̶ Tu hijo está destinado a ser un importante líder. Pero un gran peligro
amenazará su vida. Debemos hacer algo, o no llegará a viejo. Permíteme…
Hurgó en su morral, sacó una manita de
pedernal que colgaba de una cadena de plata y se la entregó, con una mueca que
intentaba ser una sonrisa.
̶ Toma esto. Cuida que siempre lo lleve puesto,
así nada le pasará.
Cuando Rosenda intentó abrir su bolso, Delfina
la detuvo con un gesto de enojo.
̶ Ni se te ocurra. No hay dinero en el mundo que
pueda pagar lo que vale este talismán. Si quieres darme algo en agradecimiento,
el anillito de rubí que llevas me encanta.
Al entregar el anillo de sus quince años,
Rosenda rompió el último eslabón que la unía a su pasado.
Tres meses después de aquel encuentro hallaron
a Delfina muerta en su estudio. El desorden que las autoridades encontraron en
el lugar y las quince puñaladas que tenía en el pecho, convencieron al más escéptico
de los investigadores, que no había tenido una muerte natural.
* * * * *
Hoy Luis maneja un autobús de la ruta 67, igual
como lo hacía su padre veinte años atrás. Cada mañana, antes de salir a trabajar,
se pone el talismán, se despide de su esposa, reza por su difunta madre y sale
de la casa, con la esperanza de que tal vez ese será el día cuando se cumplan
las predicciones de Delfina.
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