Dos
meses pasaste dando lata con que venía Chayanne. Primero se te ocurrió la
peregrina idea de que te acompañara. ¿Imaginas cómo me hubiera sentido en la
Plaza de Toros, entre el torbellino de mujeres que se niegan a reconocer la
adolescencia perdida y se comportan como alucinadas, en presencia del artista
que les robaba el corazón hace un cuarto de siglo? Luego, decidiste ir con esas
amigas que me agradan tanto, como los atascos del tráfico vespertino. Sabías
que por ellas siento cero respeto, aunque nuestro silencio resguarda el secreto
sobre el origen de su amistad.
Mientras
te veía aquella tarde, preparándote para el evento, reía por dentro pensando ¿De
qué servirá? El artista, si mucho, distinguirá hasta la cuarta fila. De allí en
adelante solo verá una masa de figuras indefinidas, agitándose al compás de su
música. Reconozco que sentí celos. Tenías años de no arreglarte con tanto
esmero para mí. Intenté tomarlo por el lado positivo y me deleité observando
cómo cubrías ese cuerpo, maravillosamente esculpido por expertos cirujanos, con
apenas lo justo para evitar un arresto por faltas a la moralidad. Debajo de la
microfalda y de la escotada camiseta, llevabas aquel juego de pantaletas y
sostén rosados, de encaje francés, que traje de Miami.
̶ ¡Querida, por ti
no pasan los años!
Exclamé,
en un arranque de emoción, luchando por apartar de mi memoria aquella primera
vez cuando, luego de verte entre el resto de muchachas del lugar, desembolsé
mil pesos a cambio de una hora contigo.
Nuestro
beso de despedida fue un leve roce de labios.
̶ No vayas a
quitarme el brillo. ̶ Dijiste
con esa entonación que me eriza la piel.
El
novio de Leticia, una de esas amigas, con un pecaminoso pasado en común, vino a
recogerte y ofreció traerte de vuelta al concluir el concierto. No lo notaste,
pero desde el balcón, observé cómo subías a la Range negra. Casi de inmediato,
los malditos celos volvieron a apoderarse de mí. La inseguridad, que ha regido
mi vida, profundizaba la frustración: Tu mujer es la mejor del grupo, la mejor vive
con el más pelado. ¿Cuánto tiempo le durará el amor, sabiendo que puede
conseguir a alguien con el dinero suficiente para satisfacer sus caprichos?
Tomé varios tequilas para alejar esos malos pensamientos, vi un poco de porno y
caí dormido.
No
sé cuánto habría dormido cuando sentí que estabas de vuelta. Te movías sigilosa
entre las sombras, tratando de no despertarme. Perdido en esa frontera, entre
lo real y lo imaginario, te pregunté:
̶ ¿Cómo estuvo el
concierto?
Sin
decir palabra te lanzaste sobre mí, tus labios apresaron los míos, las
vibraciones de tu lengua en mi boca producían estremecimientos bajo mi cintura.
Sentía la firmeza de tus senos contra mi pecho. En los siguientes minutos, disfruté
como nunca. En la agonía de un éxtasis interminable, agradecía a Chayanne, pues
su concierto había sido el afrodisiaco perfecto para nuestra sesión de amor. En
todo ese maravilloso encuentro, no nos dijimos ni una palabra. Al agotar la
fuente de nuestros placeres, caímos rendidos uno en brazos del otro. Me deleité
unos minutos escuchando tu respiración acompasada y poco a poco, fui cerrando
los ojos.
El
canto de los pajarillos saludando la salida del sol me despertó.
Caminé
sigiloso hacia el baño con la vejiga a punto de reventar. Sin poder contener la
emoción, hacía planes para el resto del domingo. Nos escaparíamos a la Antigua,
desayunaríamos en Santo Domingo del Cerro. Regresé de puntillas, me metí entre
las sábanas y de manera instintiva extendí el brazo para abrazarte.
Nada.
Tu
lado de la cama estaba frío, vacío… Cómo había permanecido en los últimos
dieciséis años, desde aquel día que partiste sin decir adiós. Me faltaba el
aire, las paredes del dormitorio giraban sin control. En ese momento cada
recuerdo encontró el lugar correcto.
Anoche
había vuelto a actuar Chayanne. Diecisiete años atrás fuiste a ver a tu artista
favorito y como me negué a acompañarte, el novio de Leticia las llevó. Cuando
regresaste hicimos el amor de una manera desenfrenada, el encaje del juego de
pantaletas y sostén rosados sufrió las consecuencias de aquella pasión
desbordada. Me culpaste por haberlo roto y soporte tres días tu rabieta luego
que te conté que los restos habían terminado en la basura. Todo eso había
sucedido diecisiete años atrás.
Ocho
meses después, harta de mis complejos, te marchaste del apartamento. Ignoro por
qué decidiste pasar un fin de semana en Costa Rica. Eras uno de los ciento
treinta pasajeros del vuelo de TACA, que aquella noche se estrelló en el
Salvador. Parecía lógico que el retorno del artista hubiera activado mi
subconsciente y te había traído de vuelta en mis sueños.
Todo
cobraba sentido.
Sin
embargo, no sigo sin entender qué hacían, al lado de la cama, aquellas prendas
color rosa, con el encaje rasgado e impregnadas con el inconfundible aroma a
ti.
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