jueves, 12 de mayo de 2016

MANHATTAN


El momento y el lugar conspiraron para que fuera un amor a primera vista.

Ella cayó rendida ante la profundidad de aquellos ojos oscuros, la luminosa sonrisa y la seguridad de sus movimientos, que muchos consideraban engreimiento. Fabio estaba en el umbral de los treinta años. Combinaba su privilegiada inteligencia con una asombrosa mezcla de suerte y audacia, lo que le había permitido llegar a vicepresidente en una importante compañía multinacional. El porte, la posición y la ostentación, rodeaban su vida. Aquel joven bronceado, de cuidada cabellera oscura y pícaros ojos azules, vivía rodeado de admiradoras, era dueño de un lujoso penthouse en el East Side, cerca del Met, y frecuentaba los bares de los alrededores, para deleitarse con los caprichosos acordes del jazz, casi siempre acompañado de alguna despampanante modelo, degustando un buen cigarro y un fino coñac.

Bárbara, vacacionaba en Nueva York con un grupo de amigas. Era la hija mimada del General Benítez, un militar con considerable fortuna en Guate-la-mala. De su madre, una famosa vedette llegada de lejanas tierras, había heredado la enigmática belleza, la cabellera cobriza, los esplendorosos ojos color esmeralda y una grácil figura que provocaba miradas de admiración hasta en los impertérritos transeúntes neoyorkinos.

Cupido los llevó a encontrarse, en un pequeño bar, cerca de la 72.

Un mes después, Fabio bajó a ese país, que en los atlas era solo un punto en el ombligo de América, para consolidar su conquista. Con una mezcla de hastío y sarcasmo observó su folclore, sus exóticos paisajes y las extrañas costumbres de sus habitantes. Se le hizo difícil asimilar el atraso de aquel lugar “en donde ni siquiera tienen un McDonald’s en cada pueblo”, como escribió a un amigo. Sin embargo la fortuna, que el destino ponía a su alcance con una bella mujer incluida, era irresistible. 

Su futuro suegro le pareció ridículo. Por más esfuerzos que el General hacía por comportarse como un potentado, no lograba ocultar su rusticidad. El veterano militar, con una silueta que recordaba a las barricas de roble, lo recibió con los brazos abiertos. Fabio representaba la culminación de sus sueños: ¡Su niña estaba por casarse con un ejecutivo de elevada posición en la capital del mundo! Era evidente que su futura suegra, había dilapidado una fortuna para retener a la esquiva juventud. La pellirroja Marie, como pedía que le llamaran, se las ingenió para coquetearle, sus veladas insinuaciones daban a entender que ansiaba catar lo que su hija degustaría muy pronto. Con el primogénito del General y futuro cuñado, el mal encarado mayor Benítez, nació -desde el primer instante- una mutua antipatía. Como dicen por esas tierras, no hubo química entre ellos.

La boda se celebró en una serena ciudad, en donde el tiempo se había detenido y que retenía en cada rincón, vestigios de su esplendoroso pasado colonial. Fabio se sintió como animal exótico. Los invitados querían conocerlo, tocarlo, tomarse fotografías con él. Respiró aliviado cuando partieron de luna de miel por el Mediterráneo. Luego de tres semanas, regresaron a vivir a Manhattan.

* * * * *

Apenas seis meses después el gusanito de la infidelidad comenzó a corroerle. Era algo difícil de explicar. Con Bárbara, tenía lo que cualquier hombre podía ambicionar: una esposa de espléndida belleza, la amante de ensueño que satisfacía todos sus caprichos y alguien a quien le sobraba el dinero. Sin embargo, sentía el irresistible deseo de conquistar, anhelaba el desafío, el trofeo que solo obtiene el vencedor.

Bárbara, realizada, no sospechaba las inquietudes de su marido.

En septiembre, el insoportable calor ,cedió su lugar a las refrescantes brisas otoñales. Fue cuando el hermano de Bárbara, llegó a visitarles.

(Pocos conocían el inconfesable pasado oculto tras las numerosas condecoraciones que adornaban el uniforme del mayor Benítez. Aunque la guerra en su país había concluido, sus habilidades seguían siendo valoradas para neutralizar a los activistas que reclamaban por los abusos cometidos durante el conflicto. Benítez seguía mostrando su eficacia en las labores de búsqueda y eliminación, solo que ahora, en un nuevo escenario de combate: la jungla urbana).

Fabio aprovechó que ella dedicaba mucho tiempo a su hermano, para volcar sus atenciones en Melissa, una voluptuosa mulata dominicana, que con sus ardientes dotes amatorias, no solo le estaba sorbiendo su esencia, sino hasta el sentido común.

Una mañana, que tenía planeado ver a su nueva conquista, Bárbara lo detuvo en la puerta del apartamento, y sonriendo, le mostró tres boletos para la obra de moda en Broadway.

Amor mira la sorpresa que tengo. Hoy es un buen día para que salgamos los tres.

Fabio, haciendo un esfuerzo, le respondió con la más seductora de sus sonrisas.

Cómo lamento que me lo digas hasta ahora.  Hoy llegan a la oficina unos árabes, están interesados en hacer negocios con nosotros. No sé a qué hora quedaré libre.

Darling please. Te he estado observando, sé que no te gusta relacionarte con mi hermano, ¿podrías hacer una excepción por mí?

Él alzó los ojos al cielo, consultó su reloj y contestó sin mirarla.

Okay, sabes que por ti soy capaz de todo. Vendré por ustedes a las siete.

Ella guiñó un ojo y le obsequió una sonrisa picaresca.

Gracias amor, más tarde te compensaré por esto.

Fabio subió al coche, llamó a su secretaria y le reiteró que estaría incomunicado el resto de la jornada, luego desconectó el móvil y se aisló del mundo. Su reluciente BMW rugía, al dirigirse hacia el acogedor apartamento que había alquilado en Long Island.

* * * * *

Ella tomaba café con su hermano cuando escucharon la primera noticia. Casi de inmediato, todas las estaciones comenzaron a trasmitir el acontecimiento. En un abrir y cerrar de ojos, los habituales semblantes despreocupados de los neoyorkinos, se transformaron en gestos de terror. Bárbara intentó en vano localizarlo. A punto de volverse loca, convenció a su hermano de salir en su búsqueda. Les fue imposible vencer el empuje de la marea humana que pugnaba por escapar de allí. Con el paso de las horas ella comenzó a rendirse ante lo inevitable. 

* * * * *

Eran casi las cinco de la tarde, cuando Fabio y Melissa culminaron su apasionada maratón amatoria. Melissa había estado tan complaciente, que las horas fueron insuficientes. Abandonaron el lugar abrazados, se dieron unos últimos besos y convinieron que la siguiente semana volarían a Punta Cana para seguir saciando su lujuria.

Él encendió el móvil. Al ver tantas llamadas perdidas decidió responderle. Al otro extremo escuchó su voz angustiada.

Darling ¿En dónde has estado?

Con un tono de fastidio le respondió.

¿Qué te pasa? ¿Olvidaste que te dije que estaría todo el día en la oficina? La reunión duró más de lo esperado, hasta ahora estoy saliendo. Espero que ya estés arreglada…

Escuchó un golpe seco. Tras unos segundos, el auricular le trasmitió la fría voz de su cuñado.

Espero que tengas una buena explicación a esto, mother fucker.

Colgó con gesto descompuesto y comenzó a golpear el timón.

Esto me saco por enredarme con una familia de salvajes.

Encendió la radio… posiblemente fue el último residente de la “Gran Manzana” en enterarse de lo ocurrido. Un sudor helado recorría su cuerpo. Le faltaba el aire. Movió el carro a un costado.

Entonces, por primera vez, reparó en el inexplicable vacío que había frente a él. En el horizonte habían desaparecido el par de conocidas siluetas de los edificios, en donde supuestamente había pasado el día. En su lugar, una espesa columna de humo se elevaba hacia el firmamento. 

Caía la tarde del 11 de septiembre del 2001.

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