El momento y el lugar conspiraron para que fuera un amor
a primera vista.
Ella cayó rendida ante la profundidad de aquellos ojos
oscuros, la luminosa sonrisa y la seguridad de sus movimientos, que muchos consideraban
engreimiento. Fabio estaba en el umbral de los treinta años. Combinaba su
privilegiada inteligencia con una asombrosa mezcla de suerte y audacia, lo que
le había permitido llegar a vicepresidente en una importante compañía multinacional.
El porte, la posición y la ostentación, rodeaban su vida. Aquel joven bronceado,
de cuidada cabellera oscura y pícaros ojos azules, vivía rodeado de
admiradoras, era dueño de un lujoso penthouse
en el East Side, cerca del Met, y frecuentaba los bares de los
alrededores, para deleitarse con los caprichosos acordes del jazz, casi siempre
acompañado de alguna despampanante modelo, degustando un buen cigarro y un fino
coñac.
Bárbara, vacacionaba en Nueva York con un grupo de amigas.
Era la hija mimada del General Benítez, un militar con considerable fortuna en
Guate-la-mala. De su madre, una famosa vedette llegada de lejanas tierras, había
heredado la enigmática belleza, la cabellera cobriza, los esplendorosos ojos color
esmeralda y una grácil figura que provocaba miradas de admiración hasta en los
impertérritos transeúntes neoyorkinos.
Cupido los llevó a encontrarse, en un pequeño bar, cerca
de la 72.
Un mes después, Fabio bajó a ese país, que en los atlas era
solo un punto en el ombligo de América, para consolidar su conquista. Con una
mezcla de hastío y sarcasmo observó su folclore, sus exóticos paisajes y las
extrañas costumbres de sus habitantes. Se le hizo difícil asimilar el atraso de
aquel lugar “en donde ni siquiera tienen un McDonald’s
en cada pueblo”, como escribió a un amigo. Sin embargo la fortuna, que el
destino ponía a su alcance con una bella mujer incluida, era irresistible.
Su futuro suegro le pareció ridículo. Por más esfuerzos
que el General hacía por comportarse como un potentado, no lograba ocultar su
rusticidad. El veterano militar, con una silueta que recordaba a las barricas
de roble, lo recibió con los brazos abiertos. Fabio representaba la culminación
de sus sueños: ¡Su niña estaba por casarse con un ejecutivo de elevada posición
en la capital del mundo! Era evidente que su futura suegra, había dilapidado
una fortuna para retener a la esquiva juventud. La pellirroja Marie, como pedía
que le llamaran, se las ingenió para coquetearle, sus veladas insinuaciones
daban a entender que ansiaba catar lo que su hija degustaría muy pronto. Con el
primogénito del General y futuro cuñado, el mal encarado mayor Benítez, nació -desde
el primer instante- una mutua antipatía. Como dicen por esas tierras, no hubo
química entre ellos.
La boda se celebró en una serena ciudad, en donde el
tiempo se había detenido y que retenía en cada rincón, vestigios de su esplendoroso
pasado colonial. Fabio se sintió como animal exótico. Los invitados querían
conocerlo, tocarlo, tomarse fotografías con él. Respiró aliviado cuando
partieron de luna de miel por el Mediterráneo. Luego de tres semanas, regresaron
a vivir a Manhattan.
* * * * *
Apenas seis meses después el gusanito de la infidelidad
comenzó a corroerle. Era algo difícil de explicar. Con Bárbara, tenía lo que
cualquier hombre podía ambicionar: una esposa de espléndida belleza, la amante
de ensueño que satisfacía todos sus caprichos y alguien a quien le sobraba el
dinero. Sin embargo, sentía el irresistible deseo de conquistar, anhelaba el desafío,
el trofeo que solo obtiene el vencedor.
Bárbara, realizada, no sospechaba las inquietudes de su
marido.
En septiembre, el insoportable calor ,cedió su lugar a las
refrescantes brisas otoñales. Fue cuando el hermano de Bárbara, llegó a
visitarles.
(Pocos conocían el inconfesable
pasado oculto tras las numerosas condecoraciones que adornaban el uniforme del mayor
Benítez. Aunque la guerra en su país había concluido, sus habilidades seguían
siendo valoradas para neutralizar a los activistas que reclamaban por los
abusos cometidos durante el conflicto. Benítez seguía mostrando su eficacia en
las labores de búsqueda y eliminación, solo que ahora, en un nuevo escenario de
combate: la jungla urbana).
Fabio aprovechó que ella dedicaba mucho tiempo a su
hermano, para volcar sus atenciones en Melissa, una voluptuosa mulata
dominicana, que con sus ardientes dotes amatorias, no solo le estaba sorbiendo
su esencia, sino hasta el sentido común.
Una mañana, que tenía planeado ver a su nueva conquista,
Bárbara lo detuvo en la puerta del apartamento, y sonriendo, le mostró tres
boletos para la obra de moda en Broadway.
―Amor
mira la sorpresa que tengo. Hoy es un buen día para que salgamos los tres.
Fabio, haciendo un esfuerzo, le respondió con la más seductora
de sus sonrisas.
―Cómo
lamento que me lo digas hasta ahora. Hoy
llegan a la oficina unos árabes, están interesados en hacer negocios con
nosotros. No sé a qué hora quedaré libre.
―Darling please. Te he estado observando, sé que no te gusta relacionarte con mi hermano, ¿podrías
hacer una excepción por mí?
Él alzó los ojos al cielo, consultó su reloj y contestó
sin mirarla.
―Okay,
sabes que por ti soy capaz de todo. Vendré por ustedes a las siete.
Ella guiñó un ojo y le obsequió una sonrisa picaresca.
―Gracias
amor, más tarde te compensaré por esto.
Fabio subió al coche, llamó a su secretaria y le reiteró que
estaría incomunicado el resto de la jornada, luego desconectó el móvil y se
aisló del mundo. Su reluciente BMW rugía, al dirigirse hacia el acogedor
apartamento que había alquilado en Long Island.
* * * * *
Ella tomaba café con su hermano cuando escucharon la
primera noticia. Casi de inmediato, todas las estaciones comenzaron a trasmitir
el acontecimiento. En un abrir y cerrar de ojos, los habituales semblantes
despreocupados de los neoyorkinos, se transformaron en gestos de terror. Bárbara
intentó en vano localizarlo. A punto de volverse loca, convenció a su hermano
de salir en su búsqueda. Les fue imposible vencer el empuje de la marea humana
que pugnaba por escapar de allí. Con el paso de las horas ella comenzó a rendirse
ante lo inevitable.
* * * * *
Eran casi las cinco de la tarde, cuando Fabio y Melissa
culminaron su apasionada maratón amatoria. Melissa había estado tan
complaciente, que las horas fueron insuficientes. Abandonaron el lugar
abrazados, se dieron unos últimos besos y convinieron que la siguiente semana volarían
a Punta Cana para seguir saciando su lujuria.
Él encendió el móvil. Al ver tantas llamadas perdidas
decidió responderle. Al otro extremo escuchó su voz angustiada.
―Darling
¿En dónde has estado?
Con un tono de fastidio le respondió.
― ¿Qué te pasa? ¿Olvidaste que te dije que estaría todo el
día en la oficina? La reunión duró más de lo esperado, hasta ahora estoy
saliendo. Espero que ya estés arreglada…
Escuchó un golpe seco. Tras unos segundos, el auricular
le trasmitió la fría voz de su cuñado.
―Espero
que tengas una buena explicación a esto, mother
fucker.
Colgó con gesto descompuesto y comenzó a golpear el
timón.
―Esto
me saco por enredarme con una familia de salvajes.
Encendió la radio… posiblemente fue el último residente
de la “Gran Manzana” en enterarse de lo ocurrido. Un sudor helado recorría su
cuerpo. Le faltaba el aire. Movió el carro a un costado.
Entonces, por primera vez, reparó en el inexplicable
vacío que había frente a él. En el horizonte habían desaparecido el par de
conocidas siluetas de los edificios, en donde supuestamente había pasado el día.
En su lugar, una espesa columna de humo se elevaba hacia el firmamento.
Caía
la tarde del 11 de septiembre del 2001.
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