sábado, 28 de mayo de 2016

LEYENDAS DE MI PUEBLO


I

El tal Juanito siempre me pareció medio raro.  Eso de andar por el parque arrastrando una correa no es de gente normal.

–Comadre no sea ingrata. El pobrecito venía condenado desde que nació.  Recuerdes a la nana.  Solo alguien bien chiflado pudo meterse con ella.

–Tiene razón, pero a causa de sus malos pasos todos vamos a pagar las consecuencias. 

–Y qué le vamos a hacer.  Todos tenemos parte de culpa.  Debimos frenarlo cuando aún era tiempo. Si supiera la cantidad de veces que fui con el jefe municipal a decirle “Coronel, es mejor que encierren al Juanito”. Ese abusivo se reía de mí.  Arrepentido ha de estar ahora con lo que pasó.

En la mesa de la amplia cocina, se ve una bandeja con lustrosos chiles pimientos, una olla repleta de carne molida, mezclada con zanahorias y papas y varias docenas de huevos. En el otro extremo, el fuego de los leños danza al ritmo de las corrientes de aire que penetran por el ventanal. Sin embargo, Eulalia y Rosenda, están más interesadas en comentar el suceso que conmueve al pueblo que en terminar de preparar la comida.

– ¿Cree que lo dejarán preso por lo que hizo?

–Dios la oiga. Tal vez hoy no logró su objetivo, pero la próxima vez no fallará.

– ¡Ave María purísima! ¿Sabe que a mí, el Juanito me da lástima. Parece alma en pena vagando por las calles. A veces me dan ganas de llevármelo para la casa, lo que necesita es alguien que le de su comidita, lo mantenga limpito y lo apapache. ¿Ha visto sus ojitos? Son puros de niño dios, ¿y la boquita? Esos labios dan ganas de comérselos.

–Cuidado comadre.  Dios nos libre y usted acaba enredada con ese muchachito.

– ¿Cómo va a creer?  Si hasta mi hijo podría ser.

–Cuidado comadre, conmigo no se haga la santita. Luego de quince años de viudez no va a negarme que a veces el cuerpo necesita algo que la llene.

– ¡Comadre!

–No se sulfure. Se lo digo porque usted todavía se ve galana. Dicen que los años afectan menos a las que no han vivido con un hombre que las esté jodiendo.

–Dios se lo pague comadre, hoy si que me hizo el día. A usted no se le escapa nada. Le confieso que a veces me agarran unas calenturas… Cuando sucede, recuerdo el juramento que le hice al Esteban antes de entregarlo a la madre tierra, “mi canche, juro que te seré fiel hasta la muerte”, me echo varios guacalazos de agua helada y me pongo a rezar el rosario, le pido al Señor que me dé fuerzas para resistir a las tentaciones. Si  no es suficiente, me encierro en el cuarto, cierro los ojos y me sobo hasta que me viene el alivio.

Eulalia abre los ojos asombrada, tose varias veces y agita las manos como queriendo ahuyentar una invisible plaga de mosquitos.

– ¿Sabe qué? Paremos de tantos detalles. Mejor nos apuramos. ¿Ya vio qué hora es? Apenas llevamos una docena de chiles… a ese paso nunca vamos a terminar.

II

En el techo de una improvisada oficina en el húmedo sótano del palacio municipal, pende un bombillo presa de constantes desvanecimientos.  Sobre el viejo escritorio se ven dos botellas de aguardiente vacías. El cadencioso tictac de un reloj acompaña la agitada respiración del hombre moreno, fornido y de fría mirada, que sentado en una ruidosa silla no para de sudar a mares. Es Albino Zelaya, jefe de seguridad de la presidencia, quien rumia su preocupación.

Lo que sucedió va a costarme la cabeza.  Llevamos ocho años cuidando al general y el sistema jamás había fallado. Hice el recorrido dos días antes, pregunté a lo sinformantes si se sabía de algún peligro, coloqué hombres en puntos estratégicos. ¡Y esta mierda se cagó en todo! Lo peor es que apenas agarramos a un patojo, un cómplice o encubridor, el mero ejecutor se escapó. Quería darle una paliza a ese tal Juanito para ver si confesaba, pero algo me detuvo. Tal vez fueron sus ojos, como de venado asustado, que no apartaba de mí o porque al verlo tan enclenque, temí que con el primer golpe se iba al otro mundo. 

El general no ha querido darme audiencia, es mala señal. Solo la Andrea y el Haroldo han estado con él. Esa maldita colombiana alborota las hormonas de todos. Se ha hueveado un dineral, pero nadie se mete con ella porque es la querida del general. Solo que él ignora que a otros también les da el chiquito. En el caso de Haroldo, es al único al que le temo. Ninguna decisión importante se toma sin su consentimiento y no tiene escrúpulos para despacharse a los que se oponen a sus planes.  

Me costó aguantarme las carcajadas cuando el general rodó por el suelo.  Menos mal que nadie se dio cuenta. Al ver su cara ensangrentada, pensé que le habían volado los sesos, solo se había reventado la trompa al caer. Lo encontré tirado en el suelo y no paraba de temblar. Aproveché ese momento para desquitarme de las veces que me ha humillado en público. Le zampé un par de cachimbazos y le dije “tranquilizate hijo de puta”. Ojalá lo haya olvidado, porque si no, me llevó la chingada.  Apenas llegó el Haroldo, lo cubrieron con mantas y lo metieron a la limosina. 

No sé que hacer. Si digo que Juanito es el responsable, me tildarán de estúpido. Lo agarramos porque unas mujeres del pueblo lo acusaron. Solo logramos sacarle una palabra: Duque. Ni idea tenemos de lo que significa. 

La puerta, al abrirse, le provocó un sobresalto.

–Mi comandante.  Lamento informarle que el reo se nos fue.

III

El desasosiego se dibujaba en el rostro de aquella hermosa mujer, de ojos violáceos, nacarada piel y voluptuosas formas, apenas cubiertas por una traslúcida bata.

Al principio, cuando dijeron que había muerto, sentí un gran alivio. Solo así podré librarme de él. Al rato me preocupé, porque estoy segura que cuando él desaparezca, todos los que me odian buscarán desquitarse.  

Caminó con la gracia de una pantera hasta el balcón y observó el lugar del atentado. Algunas personas seguían comentando el suceso.

Mi única salvación sería que Peláez fuera su sucesor, aunque con él tengo dos problemas. Está casado y es un completo idiota.  Con el primero puedo lidiar. En cuanto a lo otro, llegó a comandante del ejército, porque a Federico no le gusta tener a gente inteligente cerca. Lo más seguro es, que si Federico desaparece, el repugnante Saldaña tomará el poder. ¡Ni en la peor de mis pesadillas me acostaría con él. A menos que me dieran el oro que guardan en el Banco Central.  ¡Ay no!  ¡Qué asco!

IV

Haroldo Saldaña, el Secretario de Seguridad del Gobierno, protegía sus ojos con unos lentes redondos y de gruesa armazón, vestía un ajado traje negro y caminaba como fiera enjaulada en una habitación cercana a la de Andrea.

¿Convendrá seguir con el cuento del atentado?  En su momento pensé que era una buena opción para ganar tiempo, ahora tendré que pensar en otras. No quiero involucrar a los subversivos, sería hacerles propaganda gratis. ¿Estará Peláez detrás de esto? Lo dudo. Ese gordinflón es un grandísimo idiota, le faltan huevos para algo así. A menos que alguien lo hubiera convencido de hacerlo para alcanzar el poder y solo una persona podría haberlo hecho… ¡Andrea! ¡Puta maldita! Hace tiempo debió desaparecer de mi vista, no quise quitarla del camino porque el general está embobado con ella.  La desgraciada, con tal de asegurar su posición, se ha acostado con todos… menos conmigo.  A mí solo me entrega su indiferencia. No imagina que podría regalarle la luna y las estrellas a cambio de unas migajas de su amor. ¡La odio! Algún día descubrirá lo que estaba cultivando con sus desprecios. Cuando no tenga la protección del general y venga de rodillas implorando misericordia, la obligaré a besarme los pies, luego me daré el placer de estrangularla con mis manos. Se despedirá de este mundo llevándose grabada la imagen del que realmente mandaba aquí, arrepentida de haberme tratado así.    

Sus reflexiones se vieron interrumpidas por voces y carreras en la calle.  Al abrir el balcón, vio que mucha gente se dirigía a la cárcel.

V

–Miren muchá, si es una broma les prometo que van a arrepentirse.

–Te juro Gato que es cierto. Adán, uno de los nuestros, estaba visitando a su familia y fue testigo del asunto.

– ¿Y por qué ningún medio ha dado la noticia?

–Sabés que el gobierno los tiene controlados.

–Decile a ese Adán que venga.

Casi de inmediato un jovencito, que no aparentaba más de diecisiete años y cuyo esquelético cuerpo era absorbido por la inmensidad del uniforme, se asomó a la puerta.

–Ordene comandante.

–Compañero, cuénteme qué pasó con el general.

–Sí señor. Como estaba de franco decidí visitar a mis padres justo en el día cuando el señor presidente… perdón señor, el odiado dictador, pasaría por el pueblo. Para serle sincero, no vi el accidente. Solo sé que se cayó de la moto cuando estaba atravesando el parque. Lo levantaron medio inconsciente, con la cara toda ensangrentada y de inmediato lo llevaron al hospital.  Entiendo que aún sigue allí.

– ¿Sabe si tomaron alguna represalia en contra de la población?

–No señor.  Aunque dicen que capturaron a un sospechoso.

–Gracias compañero.  Puede retirarse.

– ¡A la orden mi comandante!

El otrora capitán de infantería, Augusto Escudero, encendió un cigarrillo.  Reflexionó unos minutos y llamó a los miembros de su estado mayor.

–He decidido emitir un comunicado haciéndonos responsables por el atentado contra el dictador.

– ¿Te has vuelto loco?  Ni siquiera sabemos si en realidad fue un atentado.  En cuanto lo hagamos, el ejército lanzará una ofensiva contra nosotros para lavarse la cara.

–Precisamente eso es lo que estoy buscando.

Los demás le miraron asombrados. 

–Levantaremos el campamento de inmediato, antes del amanecer estaremos al otro lado de la frontera.  Cuando el ejército ataque, ni sombras encontrarán de nosotros.

–Si hacemos eso matarán a la gente que vive acá…  Masacrarán muchos inocentes…

–Es una lástima, pero así son las cosas. El fuego de la revolución se alimenta con las víctimas de la represión. En su sangre, sangre de mártires, mojaremos los estandartes de nuestra lucha.  Estoy seguro que, si el ejército ataca, terminará con las dudas de los demás pueblos y se nos unirán. Cuando triunfemos, levantaremos un santuario para recordar el sacrificio de nuestros amados compañeros.

El comandante se puso de pie y comenzó a preparar su armamento.

–Queda poco tiempo. Quiero que partamos en media hora. Voy a dictar el boletín.  Búsquenme a Arturo.

A los pocos minutos un guerrillero, que fácilmente pudiera haber sido confundido con un sacerdote, asomó la cabeza.

– ¿Me llamaste Gato?

–Sí vos, por favor tomá nota: 

“El heroico frente guerrillero Ernesto Guevara a los compañeros proletarios del mundo orgullosamente informa que, luego de una ardua tarea de inteligencia logró infiltrar los organismos de seguridad de la tiranía y montó un operativo de justicia revolucionaria contra el dictador, el cual fue consumado hoy…”

Al amanecer la columna se alejaba rumbo a México. Al anochecer solo quedaban restos quemados de aquel pueblo.

VI

Se nos ordenó mantener vigilancia permanente sobre el prisionero para evitar un bochorno. En cuanto Albino se entere, pagaré el descuido con mi pellejo.

El alcaide abrió la puerta del pequeño despacho y se dirigió a las celdas. O el pueblo era muy pequeño, o las noticias corrían muy rápido.

En su camino se encontró con Albino y con el padre Granados, párroco del pueblo. Al llegar ante las celdas, los guardias les franquearon el paso.  Las sorprendidas miradas de los tres se dirigieron al piso del lugar.  El sacerdote se persignó y comenzó una oración.

VII

Dos meses después

–Lo siento mi coronel pero esto se ha vuelto insoportable.  Vengo a presentarle mi renuncia, estoy a punto de volverme loco. Con la de anoche van tres veces. La primera vez callé porque estaba tomado y pensé que había sido fruto de mi imaginación.  La segunda estaba reponiéndome de una gripe y como todavía tenía mucha fiebre, pensé que había sido una alucinación, pero anoche estaba completamente sobrio y completamente sano.

El jefe municipal, un hombre en cuyo pálido semblante estaban grabados los excesos de más de cuatro décadas, echó la silla hacia atrás y colocando las manos sobre la barriga, esbozó una sonrisa burlona.

–Cálmese Eliseo.  Cuénteme lo que pasó.

–Disculpe señor pero no me atrevo a hacerlo. Solo de recordarlo se me pone la piel de gallina. Allí sucede algo sobrenatural.  Le suplico que me deje largarme. 

– ¡No me diga que usted también cree en ese cuento del Juanito y su perro!

Los ojos del guardián del parque parecían a punto de escapar de sus órbitas. Se puso de pie, tomó el sombrero y se abalanzó contra la puerta.

– ¡Me voy!  ¡Este pueblo está maldito!

– ¡Eliseo!  ¡Eliseo deténgase!  ¡Es una orden!

El aterrorizado hombre salió corriendo del despacho. Segundos después se escuchó un chirrido de frenos, un golpe seco y un inconfundible grito de agonía. 

VIII

El atentado y sus secuelas

Todos los días Juanito el simple paseaba por el parque. Las chismosas del pueblo sonreían nerviosas al ver al “loquito” arrastrando una raída correa. Juanito trataba de explicarles, en su indescifrable lenguaje, que estaba paseando a Duque, su perro invisible.

Aquel día todos comentaban con emoción el gran suceso ¡El presidente pasaría por allí en su visita al Santuario de la Virgen Negra! 

Por fin llegó el día esperado.

Era una mañana soleada y los vecinos esperaban en las aceras para vitorear el paso del “protector de la patria”. El general atravesaba la calle que dividía el parque cuando perdió el control de su Harley y rodó por el suelo. Parecía un accidente, pero un rumor comenzó a cobrar fuerza: ¡Había sido un atentado!  Las chismosas del pueblo fueron con el jefe de seguridad a señalar al responsable: Juanito. 

El Juanito, descalzo, mugriento, con su eterna sonrisa desdentada y sus agujereados pantalones que le llegaban a los tobillos, paseaba por el parque arrastrando su correa, cuando dos malencarados policías lo detuvieron. Fue a dar a la cárcel acusado de atentar contra la vida del presidente. Su estadía en prisión no pasó de una noche. Al siguiente amanecer los guardias encontraron su cuerpo frío, tieso, acurrucado en una esquina de la celda.  

Algo inexplicable ocurre, desde entonces, en aquel poblado de sinuosas callejuelas y casas de adobe y teja que reposa al pie de dos majestuosos volcanes: Cada vez que un aterrado vecino asegura que ha visto a una figura espectral paseándose por los senderos del parque acompañado de un enorme perro blanco… A los pocos días fallece una de las chismosas del pueblo.

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