sábado, 4 de junio de 2016

NOSTALGIA


El llanto, menguado, balbuceante, la vuelve a la realidad. Escucha los latidos de su corazón, inquieto, dudoso. Su cerebro se conecta a la realidad y extiende la mano. Es un proceso lento, lleno de temores y esperanzas. Así llega a la parte de la cama que su cuerpo no ha calentado. Las sábanas frías completan el círculo de su aflicción. En ese momento se pregunta ¿qué estoy sintiendo? La respuesta es obvia: Soledad.

Lleva cuarenta años así. Cuarenta años despertándose al escuchar los reclamos de su bebé. ¿Cómo estará él ahora? Muchas veces lo ha imaginado. Alto, con el cabello negro y ondulado de su padre, los ojos luminosos del abuelo, la sonrisa encantadora de la abuela y el buen corazón de su madre. ¿Será ingeniero, abogado o doctor? ¿Cuántos nietos le habrá dado? Ella siempre quiso una parejita, tal vez mellizos, como Andrea y Paola, sus hermanas pequeñas que también se han marchado.

Veinte minutos después se encuentra en la cocina. El silbido de la jarrilla sobre la estufa, le avisa que el agua está lista, dentro de poco degustará la primera taza de café. Le hubiera encantado que Rolandito lo probara como ella le gusta: fuerte, caliente y sin azúcar.

Se mete a bañar, la ducha helada le corta el aliento. A ciegas toma la bola de jabón de coche para lavarse el cabello y usa la misma espuma para el resto del cuerpo. Con los ojos cerrados se lava las partes íntimas, los abre hasta que tiene la toalla enrollada que antes, se sostenía en su busto y que ahora, debe sostener con las manos.

Pasa la mañana llorando, viendo telenovelas, sufriendo las tragedias ajenas que alivianan el peso de las suyas.
A mediodía prepara un caldo de albóndigas y como siempre, pone dos lugares en la mesa. Cuando alguna entrometida vecina le pregunta, ella responde con seguridad.

̶ Nunca sé cuándo mi hijo pueda venir a almorzar.

Por la tarde sale a caminar al parque. Solo necesita cruzar la calle para llegar. Una tarea cada vez más peligrosa pues los carros pasan volando. Menos mal el policía de tránsito, vestido de verde perico y al que la mayoría de conductores insulta, la ayuda a realizar el peligroso cruce.

̶ Dios te bendiga muchacho.  ̶ Le dice ella ,dándole cariñosas palmadas en la cara.

Lleva consigo la sempiterna bolsa con migas de pan. Los pajarillos la saludan gorjeando y pronto bajan de los árboles para aprovechar el festín.

Llega la noche, el acostumbrado café, la telenovela, la copita de vino para consagrar que la ayudará a conciliar el sueño, la ilusión de volver a escuchar el llanto de Rolandito. Se mete a la cama vestida con su camisón de manta. Un ligero estremecimiento recorre, su cada vez más enjuto cuerpo, al sentir el abrazo de las frías sábanas. Reza una estación del rosario, lanza un suspiro, deja que los párpados cubran sus cansados ojos y se prepara para seguir borrando recuerdos de lo que pudo haber sido y no fue.

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