miércoles, 1 de junio de 2016

SOMETHING


En el ala de oncología del hospital estaba la sección de pacientes terminales. La mayor preocupación para los que trabajábamos allí, era darles las mayores comodidades a los reluidos, en sus últimos días sobre la tierra. De todas las historias que viví, escogí esta para compartir con ustedes.

Antonio era un practicante de veinticuatro años, alto, de mirada profunda, que estaba por terminar la carrera. Vanessa era una hermosísima joven que llevaba meses internada con nosotros. La leucemia había acabado con la rubia cabellera que lucía en la foto sobre la mesa de noche; sin embargo, irradiaba una luz que emanaba de su alma. Había quedado huérfana desde pequeña y al cumplir dieciocho años, pasó del asilo al hospital. Nadie llegaba a visitarla y aunque los estragos de la enfermedad le acarreaban muchos sufrimientos, ella se empeñaba en ver el lado amable de la vida. Su dulce voz era como un manantial que refrescaba nuestros áridos días. Antonio se deleitaba perdiéndose en el diáfano celeste de sus ojos, pasaba horas a su lado leyéndole historias de amor y podiamos notar que, al leerle, soñaba que escapaban a otras dimensiones, lejos de la enfermedad y el dolor.

Ustedes lo habrán imaginado, Antonio terminó perdidamente enamorado y ella le correspondió. Todos los del servicio vivíamos ese romance con una mezcla de alegría y tristeza. Contra todas las probabilidades pensábamos que el amor sería más grande y que Dios haría el milagro de curarla. Sucedió lo contrario, el último día que su mirada nos iluminó fue un 29 de enero. A partir de ese momento ella entró en ese estado que impide saber si una persona está consciente o no, de lo que sucede a su alrededor. Se nos destrozaba el corazón al observar como pasaba Antonio sus incontables vigilias, entre lágrimas, suspiros y evocaciones de lo que pudo haber sido y no fue.

Llegó febrero, se aproximaba el que sería su único día de San Valentín. Nos intrigaba observar a Antonio, era evidente que planeaba algo. Unos días antes, se acercó a dos enfermeras, Yolanda, una joven delgada y alta, y Martita, la mayor del grupo, gordita y bajita. Cuando les compartió el plan, Yolanda movió la cabeza en sentido afirmativo, Martita se pasó un pañuelo por sus ojos y lo abrazó.

―Eres un loco Antonio. Aunque nos despidan, cuenta con nosotros.

El catorce de febrero, a las ocho de la noche (para evitar que nos vieran las autoridades o el resto del personal) y con la complicidad de todos los del servicio, trasladamos a Vanessa a otra habitación, que habíamos transformado en un dormitorio de ensueño. Martita le puso la bata de encaje que Antonio compró para la ocasión, Yolanda le aplicó sombra en los ojos y un poco de pintalabios. Un delicado aroma a rosas perfumaba el ambiente mientras se escuchaban arreglos instrumentales de los Beatles, su grupo favorito. Desde la puerta de esa improvisada alcoba, parecía que en el lecho reposaba una princesa de cuento de hadas. Antonio apareció vestido de esmoquin, en su gesto tranquilo, se notaba el brillo de sus ojos, por el llanto a penas contenido.

Una carretilla, cerca de la cama, tenía el equipo que se necesitaba. Antonio se recostó a su lado y tomó su brazo. Los demás observábamos tratando de pasar desapercibidos. Él comenzó a hablarle, entre susurros, suspiros y lágrimas le decía cuánto la amaba y que quería demostrárselo. Yolanda y Martita conectaron el sistema. En el momento que inició “Something”, aquel inmortal himno al amor de los genios de Liverpool, contuvimos el aliento al observar cómo la sangre de él fluía hacia la inerte Vanessa. Todos sabíamos que sus tipos eran incompatibles, pero en este caso extremo, eso no importaba. Luego de unos pocos minutos, las mejillas de nuestra adorada princesa recobraron el rubor, hasta nos pareció ver que sonreía. A una seña del jefe de turno, nos retiramos para darles un poco de privacidad. Él la tuvo en sus brazos el resto la noche. Al alba, él apareció. La palidez en su rostro hizo innecesarias las palabras, ella había partido al más allá.

Tres semanas después, Antonio terminó su servicio. No volvimos a saber de él. Sin embargo, luego de tres décadas de aquel suceso, cada vez que llega el catorce de febrero se comenta su historia y se dice que, ese día, sigue llegando al lugar en donde reposa el cuerpo de Vanessa, un hombre alto, de mirada profunda que pone música de los Beatles y que, al escucharse “Something”, una mariposa blanca asoma entre los árboles y lo rodea ejecutando una delicada danza.

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