viernes, 10 de junio de 2016

CONCIENCIA


I

Roxana vivió sus últimos momentos intentando ocultarse en aquel oscuro rincón. Observando, paralizada, la fría mirada de su verdugo y con la amargura de dejar a sus herederos, condenados al calvario de permanecer escondidos, perseguidos, marginados… Sabía que, tarde o temprano, serían víctimas de las brigadas de exterminio que operaban con la complacencia del gobierno. Se encogió y cerró los ojos. Un certero golpe acabó con sus desgracias. 

Su ejecutor, con gesto de satisfacción, observó los despojos. Entre los amigos, sin el menor recato, se vanagloriaban en esa macabra competencia de quien liquidaba más marginados. En pocas horas, al desayunar, criticaría la incapacidad del gobierno para controlar la violencia.

(Su esposa era algo más que un cómplice.  Cuando su voluntad flaqueaba, ella le alentaba a continuar.  Le recordaba que los maridos de sus amigas también participaban en esas actividades clandestinas. Ella, que se vanagloriaba de colaborar con varias instituciones de beneficencia, no dudaba en calificar a los marginados de “peste que debía aniquilarse”. Pocos imaginaban que, ese profesional de las finanzas, al regresar a su casa, se convertía en un despiadado asesino.)

II

Roxana vino al mundo como resultado de un parto múltiple, era como la naturaleza compensaba la elevada mortalidad que sufrían. Desde pequeña asistió a las reuniones comunales, que se celebraban en lugares oscuros y a altas horas de la noche.  Sus líderes recalcaban las reglas básicas de sobrevivencia que regían el comportamiento de todos los grupos ocultos en la ciudad: No dejarse ver, no dejarse oír, no dejar rastro de su presencia.  También les inculcaban el principio del bien común:

̶ Si los descubren, huyan en dirección contraria a la colonia. Muchos morirán si descubren nuestros escondites. Hemos sido marcados por un desgraciado destino, tarde o temprano sufriremos una muerte violenta, procuren que su sacrificio no sea en vano.

Otra amarga realidad era que las comunidades sobrevivían en el umbral de la miseria.

(Llamemos a las cosas por su nombre. Robaban, porque ningún invasor establecía relaciones con ellos, tampoco tenían acceso a los servicios básicos que proporcionaba el Estado. Los invasores, únicos ciudadanos reconocidos por la Constitución, y los clandestinos marginados, convivían en dos mundos paralelos, cada uno conociendo y repudiando la existencia uno del otro.)

La pequeña Roxana, Rochy como le llamaban cariñosamente, conservaba un imborrable recuerdo de su niñez.

Aquella noche se habían reunido para celebrar el fin de la temporada de lluvias y para conocer a los miembros de la comunidad nacidos durante el invierno.  Al terminar la comida varios jóvenes, Roxana entre ellos, fueron a conocer los alrededores. Su falta de experiencia, el jolgorio del grupo y la atracción de lo vedado, se conjugaron en una fórmula letal.  De repente, un estallido de luz les encegueció.  La mayoría se dispersó lejos de la colonia, pero algunos pequeños olvidaron lo que les habían dicho y corrieron a buscar la protección de sus padres. A los invasores les bastó con seguirlos, para descubrir el refugio que con tanto cuidado se había construido. La colonia fue puesta en alerta máxima y se redobló la vigilancia. Al reaparecer el sol, y en vista que nada había sucedido, los líderes les ordenaron retirarse a descansar. Era el momento que Roxana esperaba.  Se escabulló del campamento y se dirigió al lugar que habían visitado la noche anterior.  ̶ Que descuidada fui.  Debo encontrarlo.  Si mis padres se enteran... Murmuraba mientras buscaba por el lugar. Unos pesados pasos la obligaron a esconderse. 

El frío de la muerte la invadió al observar cómo un puñado de enemigos avanzaban con las caras cubiertas con máscaras.  Vestían uniformes diferentes a los que conocía, se trataba de alguna unidad especial de exterminio. Estos comandos no portaban armas convencionales, sino pesados tanques a sus espaldas. Los malditos rodearon la colonia y bloquearon las rutas de escape.  A una señal del comandante giraron las llaves de los tanques. Un gas blanquecino, certeramente dirigido, comenzó a difundirse por el área en dónde descansaban sus víctimas. Casi de inmediato, Roxana comenzó a sentir un insoportable ardor al respirar.  Sintiendo que se ahogaba, buscó un lugar ventilado Las fuerzas le abandonaban, sus debilitadas extremidades apenas lograban sostenerla.  Hubo un momento en que su cuerpo estuvo a punto de caer al vacío.

̶  ¡Es el fin, no puedo más!  ̶ Dijo, convencida que ya nada podría salvarla.

Por fin llegó a la cima y se desmayó.

Cuando abrió los ojos, la luz de la luna iluminaba el solitario lugar. Roxana soltó el llanto, su pequeño cuerpo se convulsionaba de dolor y de miedo.  Nada la había preparado para la dureza de lo que estaba viviendo. Ni siquiera albergaba la esperanza de sepultar a sus seres queridos pues los enemigos limpiaban concienzudamente el área en dónde cometían las masacres. Permaneció en el escondite por casi una semana.  Al sentir que desfallecía tuvo que escoger, o moría de sed allá arriba o corría el riesgo de bajar. Hizo un supremo esfuerzo para vencer el terror y comenzó a descender.  Al llegar a la explanada, se dirigió al que había sido su hogar.  Los residuos del gas volvieron a provocarle ardores y náusea, pero ella había decidido no retroceder.

Al meterse por el pasadizo que conducía al campamento. ¡Una escalofriante escena la dejó sin aliento!  El cadáver de uno de sus vecinos yacía petrificado, prendido de una red… Con los ojos anegados en llanto lo reconoció.  Era un anciano al que todos respetaban, alguien que siempre tenía una palabra amable, un consejo y un confite para los más jóvenes. Con el corazón hecho pedazos pensó que otras comunidades más civilizadas le hubieran guardado las consideraciones inherentes a su edad, pero no sus oponentes. La mejor forma de describir lo que encontró del anciano era que de él solo quedaba un cascarón tieso. Roxana acarició los restos de una de sus manos y musitó una palabras, agradeciéndole sus enseñanzas y su cariño.  Ese fue el único cadáver que encontró.  Los invasores habían borrado toda evidencia de sus atrocidades. 

Llegó hasta la que había sido su casa, que ahora estaba invadida por un pesado silencio.  Se acostó, clavó la mirada en el techo y trató de ordenar sus ideas. Cuando se incorporó, estaba dispuesta a salir adelante. Estaba convencida que tenía una misión en la vida, ella sería la responsable de preservar su especie.

En primer lugar, necesitaba integrarse a otra colonia.  Si seguía vagando sola, sus probabilidades de sobrevivir serían nulas. Luego de sopesar diferentes opciones, recordó que en las afueras de la ciudad, vivían unos familiares lejanos y decidió ir a buscarlos. Emprendió su travesía orientándose por la posición de las estrellas, ocultándose en improvisados refugios durante el día. Tras caminar varias jornadas divisó, disimulada entre los centenarios árboles que rodeaban la ciudad, a la colonia que buscaba. Su extraña apariencia hizo que la recibieran con recelo. Cómo había permanecido escondida casi toda su vida su tez era más clara que la de sus congéneres del campo quienes, por no tener que ocultarse, lucían un saludable bronceado.

Roxana estaba en el florecer de su juventud y la naturaleza había sido generosa con ella.  Su agraciada figura provocó más de un suspiro entre los solteros del lugar.  César, el primogénito del líder de la colonia, un joven de fuerte constitución y mirada resuelta -un verdadero macho- como comentaban las jóvenes casaderas del lugar, usó sus influencias para que autorizaran su permanencia.  A Roxana tampoco le fueron indiferentes los encantos del galán. 

Luego de un corto romance, los jóvenes solicitaron permiso para continuar su vida en pareja.  En cuanto lo recibieron, se trasladaron a la vivienda que él había construido. Con el paso de los días un tema comenzó a nublar la felicidad del nuevo hogar, contrario a lo que Roxana ambicionaba, César se mostraba renuente a encargar descendencia.  Sus amigos quienes le explicaron la razón.

̶ Él sueña con ir a la ciudad.  Si se llenan de hijos será más dificil mudarse.

Un día, caminaban por el bosque cuando César le externó sus ambiciones.

̶ Amor, si queremos un futuro mejor, debemos buscarlo fuera de aquí.  No pongas esa carita.  He escuchado historias de las privaciones que se pasan en la ciudad, sin embargo soy joven, fuerte y decidido. Estoy seguro que triunfaré. Quiero para mis hijos un destino mejor.  No concibo mayor frustración que verlos crecer siendo campesinos ignorantes y pobres como yo. Con tu experiencia y mi astucia superaremos cualquier obstáculo. Te ruego que me apoyes.  No quiero llegar a viejo sin haberlo intentado.

Roxana pasó varios días sintiéndose presa de sentimientos encontrados,  finalmente decidió apoyar el sueño de su marido. Sin embargo, en un desesperado intento por diferir lo inevitable, lo convenció de buscar acomodo en uno de los nuevos suburbios poco habitados por los invasores.

Por un tiempo disfrutaron de tranquilidad y abundancia.  César, una vez cumplidos sus anhelos, se mostró anuente a realizar los de ella.  Al poco tiempo Roxana percibió las inconfundibles señales de su inminente maternidad. Los cuatro retoños colmaron de felicidad al joven hogar. César asumió con entusiasmo sus nuevas responsabilidades, multiplicándose para proveer lo necesario para su familia.  Ella permanecía en casa, cuidando a los pequeños. Aunque prodigaba las mismas atenciones a los cuatro, no ocultaba su preferencia por Tito, el único varón, quien era el vivo retrato de su padre.

El tiempo se fue volando y pronto los críos tuvieron edad suficiente para realizar su primera excursión nocturna.  Al caer la noche, la familia en pleno salió de su escondrijo.  Las tres jovencitas caminaban detrás de su madre; Tito, al lado de su padre, exploraba los lugares más alejados. Tuvieron suerte. Esa noche descubrieron un depósito de provisiones de los invasores.  A partir de ese día, Tito acompañó a César en sus correrías nocturnas, algo que acongojaba a Roxana. La tranquilidad del hogar se alteraba cada vez que ella le planteaba sus temores a César.

̶ Siempre te dije que vendría a triunfar. Mira a nuestro muchacho, lo bien que se ha adaptado a esta vida.

̶ Tienes razón, pero no se descuiden tanto.  Recuerda que hay ciertas reglas...

̶ ¡Reglas!  Dime, ¿acaso las reglas salvaron a tu familia?  La única regla que conozco es la de luchar por tus sueños. Riesgos siempre ha habido y siempre los habrá. ¿Por qué no confías en nuestra fuerza y astucia? Los invasores se apropiaron de lo que nos pertenecía porque les dejamos el camino libre, siempre hemos preferido escondernos y huir. Si ni nosotros confiamos en nuestras capacidades  ¿Quién lo hará?

Una noche, el emocionado Tito regresó contando cómo, junto a su padre, habían logrado que un invasor huyera.

̶ Estábamos aprovisionándonos en aquel depósito que ustedes conocen cuando se encendieron las luces. Un invasor nos observaba con los ojos bien abiertos. Era un niño y aunque me aventajaba en tamaño, decidí no mostrarle temor. Comencé a moverme hacia él, mirándole fijamente, cuando estaba a menos de un metro, tensé mi cuerpo y le reté a luchar, ¿adivina qué pasó?  ¡Salió corriendo lanzando alaridos!  En ese momento comprobé que la teoría de papá es correcta. Nos explotan porque nos hemos dejado. Los invasores nos temen tanto o más que nosotros a ellos.

Sus hermanas lo veían con admiración mientras Tito hinchaba el pecho.

̶ Mamá, si hubieras visto el terror reflejado en sus ojos, cuando levantaba mis brazos velludos retándolo a luchar. ¡Fue algo increíble! Con cada paso que daba, él se cubría los ojos y retrocedía. 

̶ Mi amor, estoy segura que con tu agilidad hubieras tenido un buen chance de vencerlo, pero recuerda que ese niño estaba desarmado. Ellos cuentan con una tecnología superior, por eso no nos conviene provocarles.

César intervino.

̶ Jovencito, escucha los consejos de tu madre y prométenos que no harás locuras.

(Dos días después, sin que Roxana o los suyos se enteraran, los enmascarados con tanques a la espalda, reaparecieron.  Esta vez saturaron de veneno los alrededores de la bodega de suministros.) 

César y Tito organizaron su incursión semanal.  Cuando estaban despidiéndose, Roxana sintió un desesperado llamado de su corazón: “¡No los dejes marcharse!” 

̶ ¡Por favor cuídense! Prométanme que retrocederán ante cualquier señal de peligro. 

Iba a continuar, pero la dura mirada de César la detuvo. Ambos se alejaron sonrientes.

Padre e hijo se colaron por debajo de la puerta y sin perder tiempo, comenzaron a tomar lo que necesitaban. Pasados algunos minutos, Tito dejó de hurgar entre las cajas… un profundo silencio le rodeaba.  Algo extraño sucedía.  No se escuchaban los ruidos que debía provocar su padre al estar moviendo las cosas.

̶ Papá ¿estás bien?

Varias veces repitió la pregunta, sin obtener respuesta.  Entonces, corrió hacia donde lo había visto por última vez: conforme avanzaba, sentía que la garganta se le iba cerrando.  La irreconocible voz de su padre le provocó un sobresalto.

̶ Tito, aléjate…  Era una trampa.

Estaba tendido de espaldas, agitaba sus extremidades y era víctima de tremendas convulsiones. Un torrente de espuma blanca escapaba de su boca.

̶ Tu madre tenía razón, debimos ser más cuidadosos.

Tito se debatía entre el dolor de ver a su padre moribundo y la angustia de sentir que también él comenzaba a sufrir los efectos del veneno.  César, a punto de desfallecer, apenas alcanzó a expresarle su última voluntad.

̶ Vete de aquí y no vuelvas nunca a este maldito lugar. A partir de ahora eres el responsable de la familia, cuida a tu madre y a tus hermanas. Diles que mis últimos pensamientos fueron para ellas, que me perdonen por haberles fallado.  ¡Vete! 

̶ No papá…

̶ ¡Vete!

Tito se alejó tambaleante, sintiendo un ardor que le quemaba por dentro.  A duras penas alcanzó a salir de la bodega, segundos después sus ojos, cocidos por el ácido, dejaron de orientarle.  Sumido en la oscuridad, presa del terror y totalmente desorientado, vagó en círculos hasta que las fuerzas le abandonaron.

Roxana encontró su cuerpo casi deshecho al día siguiente.  Conocía muy bien lo que había causado ese daño. Un indescriptible dolor la desgarraba por dentro, al imaginar el tormento que su idolatrado hijo había padecido antes de morir. De su esposo no encontró rastro.  Regresó a su casa presa de una profunda depresión.

̶ La tragedia vuelve a repetirse. Ay naturaleza ¿Por qué eres tan cruel? ¿Por qué permites que tengamos hijos, para que luego los veamos partir de manera prematura?  Perdí a mi Tito, él era la luz de mi vida. En él cifraba mis esperanzas de perpetuar mi estirpe, ahora todo acabó.  ¿Qué sentido tiene el buscar otro compañero y ser feliz unos días, si en nuestro destino está escrito que volveremos a sufrir esto?

Durante varias semanas solo ansió la la muerte. Un día su dolor tocó fondo y comprendió que la vida debía continuar, que sus hijas también merecían una oportunidad de ser felices. 

Alentada por esos pensamientos, recobró los ánimos para retornar a la rutina diaria.  Establecieron contacto con otra comunidad y surgieron pretendientes para sus agraciadas hijas. 

III

La noche en que sucede el desenlace de esta historia, Roxana se vio obligada a salir. 

Los vecinos las habían invitado a comer y ella quería llevarles un obsequio especial. Aunque Rossy, su hija mayor, no le explicó el motivo, Roxana había notado las intensas miradas que su princesa cruzaba con el apuesto primogénito de la otra casa.

El tiempo apremiaba, ella registraba sin mayores precauciones.

̶ Cómo olvidé el regalo.  Son una buena familia.  Debemos quedar bien con ellos...

Por un nefasto designio ella buscaba en el baño de la casa, justo cuando el dueño necesitaba aliviar su vejiga. 

El encuentro fue inevitable. 

Él, para no despertar a su esposa, caminaba descalzo y a oscuras.  Ella, en su loca huída, trepó por su pie. El roce de las patitas, sobre su piel desnuda, terminó de despertarle. Al aguzar sus sentidos, él observó a la cucaracha inmóvil en una esquina. Como no encontró algo que pudiera servirle de arma, salió sigilosamente de allí. En menos de un minuto regresó con un zapato.  Quién sabe por qué, el bicho seguía en el mismo lugar. Él alzó el brazo, lo dejó caer con fuerza y se escuchó el crujido del pequeño cuerpo al ser aplastado. Una blanquecina sustancia se impregnó en la suela. Su esposa, disgustada por el abrupto despertar, le gritó.

-¡Juan Daniel, ven a dormir!  Deja de armar tanto escándalo por una simple cuquita.

Y aquí voy, de regreso a mi cama, acongojado por una interrogante que me impedirá pegar los ojos por el resto de la noche. Preguntándome si Dios, Creador de la vida, aprobará lo que acabo de hacer. Si mi última víctima era simplemente una cucaracha asquerosa, o si como nosotros, habrá tenido una familia, un sueño y una historia que contar...

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