MASKARADAS
sábado, 11 de junio de 2016
MASKARADAS: LAS PUERTAS
MASKARADAS: LAS PUERTAS: Sientes la brusca sacudida, el chirrido de la puerta al abrirse. ̶ Con todo el dinero que el gobierno les asigna, por lo menos deberían ...
LAS PUERTAS
Sientes
la brusca sacudida, el chirrido de la puerta al abrirse. ̶ Con todo el dinero que el gobierno les asigna, por lo menos
deberían cambiar ascensores ̶ piensas.
Haces una larga inspiración para calmar tu respiración y sales del
estrecho cubículo. Estás a pocos minutos de ganar
tu primer millón de dólares.
Lejos
queda el recuerdo de aquel niño, que aprovechando
las luces rojas de los semáforos, se acercaba a los vehículos detenidos y ofrecía golosinas o goma de mascar. Sin embargo, algo que tienes presente es el
enojo y la frustración de tu difunta madre, cuando emocionado, abriste la puerta del cuarto para entregarle aquella bolsa que tomaste en un decuido de la conductora. Su
voz, entrecortada por la cólera, ese dedo amenazante cerca de tu cara.
̶
¡Jamás! Escúchame, jamás vuelvas a tomar algo ajeno. Prefiero que muramos de
hambre a convertirnos en ladrones.
Esa
luchadora mujer fue lo mejor que tuviste en la vida. Ella te obligó a estudiar, te
alejó de las tentaciones de la calle y todavía tuvo el gusto de estar en tu graduación de
abogado, antes de sucumbir a los estragos del cáncer.
̶
Si me viera ahora ̶ Suspiras. ̶ Defendiendo a uno de los hombres más ricos del
país. Estarías tan orgullosa mamá, tu hijo lo está logrando.
El
caso te ha consumido muchísimo tiempo, el bufete no ha escatimado esfuerzos. A
pesar de los contundente de las pruebas en contra de tu cliente, apelarán a un
tecnicismo para que no sean aceptadas. Es lo único que tienen, Un mes antes, el
socio director de la firma te llamó a su despacho. Te pidió cerrar la
puerta, te tomó del brazo, sonrió con gesto de complicidad y fue directo al
grano.
̶
Jorge, confiamos en ti. Eres nuestro experto. De ti depende el
destino del señor Zamora. Si ganamos el caso, nos pagará cinco millones y el
veinte por ciento será para ti.
Aunque
tu tarea era blindar el tecnicismo, estudiaste todo el expediente. Leíste las
declaraciones de las víctimas, jovencitas menores de edad raptadas al salir del colegio, los tormentos que pasaron encerradas en ese apartamento con una puerta blindada, propiedad de Industrias Zamora, el dolor que
parecía brotar de sus palabras cuando exigían justicia. En aquellas interminables noches de insomnio,
volvías a escuchar la voz de su madre.
̶
Mijo, nada se compara a vivir con la conciencia tranquila por haber hecho
lo correcto. Ningún dinero del mundo puede compensar eso.
¡Un
millón de dólares antes de cumplir treinta años! La puerta a un mundo que jamás
soñaste, la manera de asegurar tu futuro con Laura. Laura, la hija menor del
jefe, es la dueña de tu corazón. Una muchacha tan encantadora e inteligente pudo
escoger a decenas de candidatos entre su clase social, pero apostó por ti, tu
personalidad, tu irrefrenable deseo de alcanzar el éxito y por qué no, ese
cuidado casi obsesivo que pones en tu arreglo personal. Tal vez tu jefe te
confió el caso para decirte que tienes la puerta abierta para ingresar a su
exclusivo círculo.
Caminas
con paso seguro por el pasillo que conduce a la sala de audiencias. Observas decenas de puertas de madera, unas están abiertas, otras cerradas, como nos ocurre en el recorrido de la vida.
En tu mente repites los argumentos fundamentales de
tu alegato. Estás a veinte pasos de la puerta de la sala en dónde te cubrirás de gloria. cuando
observas a dos mujeres que también se dirigen allá. Parecen madre e hija, en
sus caras se refleja angustia y dolor. La jovencita, que no tendrá más de
dieciséis años, está embarazada. Las dos mujeres te recuerdan a tu
madre, a tu pequeña hermana que murió dando a luz al bebé fruto de una
violación…
Sientes que las luces se apagan. Cuatro
pasos, tres, dos, uno, giras la manija y entras.
Tu
madre se sentirá orgullosa de ti.
viernes, 10 de junio de 2016
CONCIENCIA
I
Roxana vivió sus últimos momentos
intentando ocultarse en aquel oscuro rincón. Observando, paralizada, la fría mirada
de su verdugo y con la amargura de dejar a sus herederos, condenados
al calvario de permanecer escondidos, perseguidos, marginados… Sabía que, tarde
o temprano, serían víctimas de las brigadas de exterminio que operaban con la
complacencia del gobierno. Se encogió y cerró los ojos. Un certero golpe
acabó con sus desgracias.
Su ejecutor, con
gesto de satisfacción, observó los despojos. Entre los amigos, sin el menor
recato, se vanagloriaban en esa macabra competencia de quien liquidaba más marginados.
En pocas horas, al desayunar, criticaría la incapacidad del gobierno para
controlar la violencia.
(Su esposa era algo más que un cómplice. Cuando su voluntad flaqueaba, ella le
alentaba a continuar. Le recordaba que
los maridos de sus amigas también participaban en esas actividades clandestinas.
Ella, que se vanagloriaba de colaborar con varias instituciones de
beneficencia, no dudaba en calificar a los marginados de “peste que debía
aniquilarse”. Pocos imaginaban que, ese profesional de las finanzas, al regresar
a su casa, se convertía en un despiadado asesino.)
II
Roxana vino al
mundo como resultado de un parto múltiple, era como la naturaleza compensaba la
elevada mortalidad que sufrían. Desde pequeña asistió a las reuniones comunales,
que se celebraban en lugares oscuros y a altas horas de la noche. Sus líderes recalcaban las reglas básicas de
sobrevivencia que regían el comportamiento de todos los grupos ocultos en la
ciudad: No dejarse ver, no dejarse oír, no dejar rastro de su presencia. También les inculcaban el principio del bien
común:
̶ Si los
descubren, huyan en dirección contraria a la colonia. Muchos morirán si descubren
nuestros escondites. Hemos sido marcados por un desgraciado destino, tarde o
temprano sufriremos una muerte violenta, procuren que su sacrificio no sea en
vano.
Otra amarga
realidad era que las comunidades sobrevivían en el umbral de la miseria.
(Llamemos a las cosas por su nombre. Robaban, porque
ningún invasor establecía relaciones con ellos, tampoco tenían acceso a los
servicios básicos que proporcionaba el Estado. Los invasores, únicos ciudadanos
reconocidos por la
Constitución , y los clandestinos marginados, convivían en dos
mundos paralelos, cada uno conociendo y repudiando la existencia uno del otro.)
La pequeña
Roxana, Rochy como le llamaban cariñosamente, conservaba un imborrable recuerdo
de su niñez.
Aquella noche se
habían reunido para celebrar el fin de la temporada de lluvias y para conocer a
los miembros de la comunidad nacidos durante el invierno. Al terminar la comida varios jóvenes, Roxana
entre ellos, fueron a conocer los alrededores. Su falta de experiencia, el
jolgorio del grupo y la atracción de lo vedado, se conjugaron en una fórmula
letal. De repente, un estallido de luz
les encegueció. La mayoría se dispersó lejos
de la colonia, pero algunos pequeños olvidaron lo que les habían dicho y
corrieron a buscar la protección de sus padres. A los invasores les bastó con seguirlos,
para descubrir el refugio que con tanto cuidado se había construido. La colonia
fue puesta en alerta máxima y se redobló la vigilancia. Al reaparecer el sol, y
en vista que nada había sucedido, los líderes les ordenaron retirarse a
descansar. Era el momento que Roxana esperaba.
Se escabulló del campamento y se dirigió al lugar que habían visitado la
noche anterior. ̶ Que descuidada fui. Debo encontrarlo. Si mis padres se enteran... Murmuraba
mientras buscaba por el lugar. Unos pesados pasos la obligaron a
esconderse.
El frío de la
muerte la invadió al observar cómo un puñado de enemigos avanzaban con las
caras cubiertas con máscaras. Vestían
uniformes diferentes a los que conocía, se trataba de alguna unidad especial de
exterminio. Estos comandos no portaban armas convencionales, sino pesados tanques
a sus espaldas. Los malditos rodearon la colonia y bloquearon las rutas de
escape. A una señal del comandante giraron
las llaves de los tanques. Un gas blanquecino, certeramente dirigido, comenzó a
difundirse por el área en dónde descansaban sus víctimas. Casi de inmediato, Roxana
comenzó a sentir un insoportable ardor al respirar. Sintiendo que se ahogaba, buscó un lugar ventilado
Las fuerzas le abandonaban, sus debilitadas extremidades apenas lograban
sostenerla. Hubo un momento en que su
cuerpo estuvo a punto de caer al vacío.
̶
¡Es el fin, no puedo más! ̶ Dijo, convencida que ya nada
podría salvarla.
Por fin llegó a
la cima y se desmayó.
Cuando abrió los
ojos, la luz de la luna iluminaba el solitario lugar. Roxana soltó el llanto, su
pequeño cuerpo se convulsionaba de dolor y de miedo. Nada la había preparado para la dureza de lo
que estaba viviendo. Ni siquiera albergaba la esperanza de sepultar a sus seres
queridos pues los enemigos limpiaban concienzudamente el área en dónde cometían
las masacres. Permaneció en el escondite por casi una semana. Al sentir que desfallecía tuvo que escoger, o
moría de sed allá arriba o corría el riesgo de bajar. Hizo un supremo esfuerzo para
vencer el terror y comenzó a descender. Al
llegar a la explanada, se dirigió al que había sido su hogar. Los residuos del gas volvieron a provocarle ardores
y náusea, pero ella había decidido no retroceder.
Al meterse por
el pasadizo que conducía al campamento. ¡Una escalofriante escena la dejó sin
aliento! El cadáver de uno de sus
vecinos yacía petrificado, prendido de una red… Con los ojos anegados en llanto
lo reconoció. Era un anciano al que
todos respetaban, alguien que siempre tenía una palabra amable, un consejo y un
confite para los más jóvenes. Con el corazón hecho pedazos pensó que otras comunidades
más civilizadas le hubieran guardado las consideraciones inherentes a su edad,
pero no sus oponentes. La mejor forma de describir lo que encontró del anciano
era que de él solo quedaba un cascarón tieso. Roxana acarició los restos de una
de sus manos y musitó una palabras, agradeciéndole sus enseñanzas y su
cariño. Ese fue el único cadáver que encontró.
Los invasores habían borrado toda
evidencia de sus atrocidades.
Llegó hasta la
que había sido su casa, que ahora estaba invadida por un pesado silencio. Se acostó, clavó la mirada en el techo y
trató de ordenar sus ideas. Cuando se incorporó, estaba dispuesta a salir
adelante. Estaba convencida que tenía una misión en la vida, ella sería la
responsable de preservar su especie.
En primer lugar,
necesitaba integrarse a otra colonia. Si
seguía vagando sola, sus probabilidades de sobrevivir serían nulas. Luego de
sopesar diferentes opciones, recordó que en las afueras de la ciudad, vivían
unos familiares lejanos y decidió ir a buscarlos. Emprendió su travesía
orientándose por la posición de las estrellas, ocultándose en improvisados refugios
durante el día. Tras caminar varias jornadas divisó, disimulada entre los centenarios
árboles que rodeaban la ciudad, a la colonia que buscaba. Su extraña apariencia
hizo que la recibieran con recelo. Cómo había permanecido escondida casi toda
su vida su tez era más clara que la de sus congéneres del campo quienes, por no
tener que ocultarse, lucían un saludable bronceado.
Roxana estaba en
el florecer de su juventud y la naturaleza había sido generosa con ella. Su agraciada figura provocó más de un suspiro
entre los solteros del lugar. César, el
primogénito del líder de la colonia, un joven de fuerte constitución y mirada
resuelta -un verdadero macho- como comentaban las jóvenes casaderas del lugar, usó
sus influencias para que autorizaran su permanencia. A Roxana tampoco le fueron indiferentes los
encantos del galán.
Luego de un
corto romance, los jóvenes solicitaron permiso para continuar su vida en
pareja. En cuanto lo recibieron, se
trasladaron a la vivienda que él había construido. Con el paso de los días un
tema comenzó a nublar la felicidad del nuevo hogar, contrario a lo que Roxana
ambicionaba, César se mostraba renuente a encargar descendencia. Sus amigos quienes le explicaron la razón.
̶ Él sueña
con ir a la ciudad. Si se llenan de
hijos será más dificil mudarse.
Un día, caminaban
por el bosque cuando César le externó sus ambiciones.
̶ Amor, si queremos
un futuro mejor, debemos buscarlo fuera de aquí. No pongas esa carita. He escuchado historias de las privaciones que
se pasan en la ciudad, sin embargo soy joven, fuerte y decidido. Estoy seguro
que triunfaré. Quiero para mis hijos un destino mejor. No concibo mayor frustración que verlos
crecer siendo campesinos ignorantes y pobres como yo. Con tu experiencia y mi
astucia superaremos cualquier obstáculo. Te ruego que me apoyes. No quiero llegar a viejo sin haberlo
intentado.
Roxana pasó
varios días sintiéndose presa de sentimientos encontrados, finalmente decidió apoyar el sueño de su
marido. Sin embargo, en un desesperado intento por diferir lo inevitable, lo
convenció de buscar acomodo en uno de los nuevos suburbios poco habitados por
los invasores.
Por un tiempo disfrutaron
de tranquilidad y abundancia. César, una
vez cumplidos sus anhelos, se mostró anuente a realizar los de ella. Al poco tiempo Roxana percibió las
inconfundibles señales de su inminente maternidad. Los cuatro retoños colmaron
de felicidad al joven hogar. César asumió con entusiasmo sus nuevas
responsabilidades, multiplicándose para proveer lo necesario para su
familia. Ella permanecía en casa,
cuidando a los pequeños. Aunque prodigaba las mismas atenciones a los cuatro,
no ocultaba su preferencia por Tito, el único varón, quien era el vivo retrato
de su padre.
El tiempo se fue
volando y pronto los críos tuvieron edad suficiente para realizar su primera
excursión nocturna. Al caer la noche, la
familia en pleno salió de su escondrijo.
Las tres jovencitas caminaban detrás de su madre; Tito, al lado de su
padre, exploraba los lugares más alejados. Tuvieron suerte. Esa noche
descubrieron un depósito de provisiones de los invasores. A partir de ese día, Tito acompañó a César en
sus correrías nocturnas, algo que acongojaba a Roxana. La tranquilidad del
hogar se alteraba cada vez que ella le planteaba sus temores a César.
̶ Siempre te
dije que vendría a triunfar. Mira a nuestro muchacho, lo bien que se ha adaptado
a esta vida.
̶ Tienes
razón, pero no se descuiden tanto.
Recuerda que hay ciertas reglas...
̶ ¡Reglas! Dime, ¿acaso las reglas salvaron a tu
familia? La única regla que conozco es
la de luchar por tus sueños. Riesgos siempre ha habido y siempre los habrá. ¿Por
qué no confías en nuestra fuerza y astucia? Los invasores se apropiaron de lo
que nos pertenecía porque les dejamos el camino libre, siempre hemos preferido
escondernos y huir. Si ni nosotros confiamos en nuestras capacidades ¿Quién lo hará?
Una noche, el
emocionado Tito regresó contando cómo, junto a su padre, habían logrado que un
invasor huyera.
̶ Estábamos aprovisionándonos
en aquel depósito que ustedes conocen cuando se encendieron las luces. Un
invasor nos observaba con los ojos bien abiertos. Era un niño y aunque me
aventajaba en tamaño, decidí no mostrarle temor. Comencé a moverme hacia él,
mirándole fijamente, cuando estaba a menos de un metro, tensé mi cuerpo y le
reté a luchar, ¿adivina qué pasó? ¡Salió
corriendo lanzando alaridos! En ese
momento comprobé que la teoría de papá es correcta. Nos explotan porque nos
hemos dejado. Los invasores nos temen tanto o más que nosotros a ellos.
Sus hermanas lo
veían con admiración mientras Tito hinchaba el pecho.
̶ Mamá, si
hubieras visto el terror reflejado en sus ojos, cuando levantaba mis brazos
velludos retándolo a luchar. ¡Fue algo increíble! Con cada paso que daba, él se
cubría los ojos y retrocedía.
̶ Mi amor, estoy
segura que con tu agilidad hubieras tenido un buen chance de vencerlo, pero recuerda
que ese niño estaba desarmado. Ellos cuentan con una tecnología superior, por
eso no nos conviene provocarles.
César intervino.
̶ Jovencito,
escucha los consejos de tu madre y prométenos que no harás locuras.
(Dos días después, sin que Roxana o los suyos se
enteraran, los enmascarados con tanques a la espalda, reaparecieron. Esta vez saturaron de veneno los alrededores
de la bodega de suministros.)
César y Tito
organizaron su incursión semanal. Cuando
estaban despidiéndose, Roxana sintió un desesperado llamado de su corazón: “¡No
los dejes marcharse!”
̶ ¡Por favor
cuídense! Prométanme que retrocederán ante cualquier señal de peligro.
Iba a continuar,
pero la dura mirada de César la detuvo. Ambos se alejaron sonrientes.
Padre e hijo se
colaron por debajo de la puerta y sin perder tiempo, comenzaron a tomar lo que
necesitaban. Pasados algunos minutos, Tito dejó de hurgar entre las cajas… un
profundo silencio le rodeaba. Algo extraño
sucedía. No se escuchaban los ruidos que
debía provocar su padre al estar moviendo las cosas.
̶ Papá
¿estás bien?
Varias veces
repitió la pregunta, sin obtener respuesta.
Entonces, corrió hacia donde lo había visto por última vez: conforme
avanzaba, sentía que la garganta se le iba cerrando. La irreconocible voz de su padre le provocó un
sobresalto.
̶ Tito,
aléjate… Era una trampa.
Estaba tendido
de espaldas, agitaba sus extremidades y era víctima de tremendas convulsiones. Un
torrente de espuma blanca escapaba de su boca.
̶ Tu madre
tenía razón, debimos ser más cuidadosos.
Tito se debatía
entre el dolor de ver a su padre moribundo y la angustia de sentir que también
él comenzaba a sufrir los efectos del veneno.
César, a punto de desfallecer, apenas alcanzó a expresarle su última
voluntad.
̶ Vete de
aquí y no vuelvas nunca a este maldito lugar. A partir de ahora eres el
responsable de la familia, cuida a tu madre y a tus hermanas. Diles que mis
últimos pensamientos fueron para ellas, que me perdonen por haberles
fallado. ¡Vete!
̶ No papá…
̶ ¡Vete!
Tito se alejó
tambaleante, sintiendo un ardor que le quemaba por dentro. A duras penas alcanzó a salir de la bodega, segundos
después sus ojos, cocidos por el ácido, dejaron de orientarle. Sumido en la oscuridad, presa del terror y
totalmente desorientado, vagó en círculos hasta que las fuerzas le abandonaron.
Roxana encontró
su cuerpo casi deshecho al día siguiente.
Conocía muy bien lo que había causado ese daño. Un indescriptible dolor
la desgarraba por dentro, al imaginar el tormento que su idolatrado hijo había
padecido antes de morir. De su esposo no encontró rastro. Regresó a su casa presa de una profunda
depresión.
̶ La
tragedia vuelve a repetirse. Ay naturaleza ¿Por qué eres tan cruel? ¿Por qué
permites que tengamos hijos, para que luego los veamos partir de manera
prematura? Perdí a mi Tito, él era la
luz de mi vida. En él cifraba mis esperanzas de perpetuar mi estirpe, ahora
todo acabó. ¿Qué sentido tiene el buscar
otro compañero y ser feliz unos días, si en nuestro destino está escrito que
volveremos a sufrir esto?
Durante varias
semanas solo ansió la la muerte. Un día su dolor tocó fondo y comprendió que la
vida debía continuar, que sus hijas también merecían una oportunidad de ser
felices.
Alentada por
esos pensamientos, recobró los ánimos para retornar a la rutina diaria. Establecieron contacto con otra comunidad y surgieron
pretendientes para sus agraciadas hijas.
III
La noche en que
sucede el desenlace de esta historia, Roxana se vio obligada a salir.
Los vecinos las
habían invitado a comer y ella quería llevarles un obsequio especial. Aunque Rossy,
su hija mayor, no le explicó el motivo, Roxana había notado las intensas
miradas que su princesa cruzaba con el apuesto primogénito de la otra casa.
El tiempo
apremiaba, ella registraba sin mayores precauciones.
̶ Cómo olvidé
el regalo. Son una buena familia. Debemos quedar bien con ellos...
Por un nefasto
designio ella buscaba en el baño de la casa, justo cuando el dueño necesitaba
aliviar su vejiga.
El encuentro fue
inevitable.
Él, para no
despertar a su esposa, caminaba descalzo y a oscuras. Ella, en su loca huída, trepó por su pie. El
roce de las patitas, sobre su piel desnuda, terminó de despertarle. Al aguzar
sus sentidos, él observó a la cucaracha inmóvil en una esquina. Como no encontró
algo que pudiera servirle de arma, salió sigilosamente de allí. En menos de un
minuto regresó con un zapato. Quién sabe
por qué, el bicho seguía en el mismo lugar. Él alzó el brazo, lo dejó caer con
fuerza y se escuchó el crujido del pequeño cuerpo al ser aplastado. Una
blanquecina sustancia se impregnó en la suela. Su esposa, disgustada por el
abrupto despertar, le gritó.
-¡Juan Daniel, ven
a dormir! Deja de armar tanto escándalo por
una simple cuquita.
Y aquí voy, de
regreso a mi cama, acongojado por una interrogante que me impedirá pegar los
ojos por el resto de la noche. Preguntándome si Dios, Creador de la vida,
aprobará lo que acabo de hacer. Si mi última víctima era simplemente una
cucaracha asquerosa, o si como nosotros, habrá tenido una familia, un sueño y
una historia que contar...
domingo, 5 de junio de 2016
CUARTO EN ALQUILER
El día había llegado y no lo esperaba tan pronto. Me
despertaron los ruidos en el cuarto de mi mentora. Medio dormido, caminé hacia
allá y me vi inmerso en un increíble revoltijo. Las gavetas y cajas volcadas en
el suelo, exponían a mis ojos las memorias de los años pasados acá. En la
cara de mi mentora creí ver un gesto de decepción.
– Discúlpame –Dije bajando la cabeza. – No seguí tus
consejos y guardé demasiadas cosas que no me servirán para nada en el viaje de
regreso.
Las instrucciones eran claras. Solo permitían llevar
una pequeña maleta. El desafío era escoger aquello que fuera más valioso. Llamaba
la atención la marca de la maleta: “Enseñanzas”
Más que preocuparme por lo que llevaría, quería dejar
limpio el sitio que me había acogido durante mi estadía. Otro ocuparía mi
lugar , no deseaba que lo encontrara sucio. Era una tarea
titánica. La basura se amontonaba en cada rincón, una materia negra y
pegajosa, era imposible reconocer que la formaba. Como no tenía herramientas
para realizar la tarea, con las manos iba formando pequeños
volcanes que fueron ocupando todo el espacio disponible. Parecía una pesadilla. Cuando parecía que había limpiado un área, minutos después estaba otra vez
repleta de esa sustancia, que se pegaba a mi ropa y a mi piel, haciéndome sentir
cada vez más pesado.
Di un salto al escuchar el timbre. Había llegado la
hora de abandonar el lugar y aún no terminaba. La puerta se abrió, afuera
reinaba la oscuridad. Me veía las manos negras, el volcán de basura, la
maleta sin llenar. Deseaba quedarme, terminar la tarea, me arrepentía de haber
dejado la limpieza para el último momento.
Una corriente comenzó a empujarme hacia la
puerta. Grité, estiré los brazos para asirme a mi mentora, pero fue en vano. Había
llegado el momento. Ya no pertenecía a este lugar.
Viajaría sin enseñanzas e impregnado de la basura que no me había logrado quitar.
Viajaría sin enseñanzas e impregnado de la basura que no me había logrado quitar.
sábado, 4 de junio de 2016
NOSTALGIA
El
llanto, menguado, balbuceante, la vuelve a la realidad. Escucha los latidos de
su corazón, inquieto, dudoso. Su cerebro se conecta a la realidad y extiende la
mano. Es un proceso lento, lleno de temores y esperanzas. Así llega a la parte
de la cama que su cuerpo no ha calentado. Las sábanas frías completan el
círculo de su aflicción. En ese momento se pregunta ¿qué estoy sintiendo? La
respuesta es obvia: Soledad.
Lleva
cuarenta años así. Cuarenta años despertándose al escuchar los reclamos de su
bebé. ¿Cómo estará él ahora? Muchas veces lo ha imaginado. Alto, con el cabello
negro y ondulado de su padre, los ojos luminosos del abuelo, la sonrisa
encantadora de la abuela y el buen corazón de su madre. ¿Será ingeniero,
abogado o doctor? ¿Cuántos nietos le habrá dado? Ella siempre quiso una
parejita, tal vez mellizos, como Andrea y Paola, sus hermanas pequeñas que
también se han marchado.
Veinte
minutos después se encuentra en la cocina. El silbido de la jarrilla sobre la
estufa, le avisa que el agua está lista, dentro de poco degustará la primera
taza de café. Le hubiera encantado que Rolandito lo probara como ella le gusta:
fuerte, caliente y sin azúcar.
Se
mete a bañar, la ducha helada le corta el aliento. A ciegas toma la
bola de jabón de coche para lavarse el cabello y usa la misma
espuma para el resto del cuerpo. Con los ojos cerrados se lava las partes
íntimas, los abre hasta que tiene la toalla enrollada que antes, se sostenía en su busto y que ahora, debe sostener con las manos.
Pasa
la mañana llorando, viendo telenovelas, sufriendo las tragedias ajenas que
alivianan el peso de las suyas.
A mediodía prepara un caldo de albóndigas y
como siempre, pone dos lugares en la mesa. Cuando alguna entrometida vecina le
pregunta, ella responde con seguridad.
̶ Nunca
sé cuándo mi hijo pueda venir a almorzar.
Por
la tarde sale a caminar al parque. Solo necesita cruzar la calle para llegar. Una
tarea cada vez más peligrosa pues los carros pasan volando. Menos mal el
policía de tránsito, vestido de verde perico y al que la mayoría de conductores
insulta, la ayuda a realizar el peligroso cruce.
̶ Dios
te bendiga muchacho. ̶ Le
dice ella ,dándole cariñosas palmadas en la cara.
Lleva
consigo la sempiterna bolsa con migas de pan. Los pajarillos la saludan
gorjeando y pronto bajan de los árboles para aprovechar el festín.
Llega
la noche, el acostumbrado café, la telenovela, la copita de vino para consagrar
que la ayudará a conciliar el sueño, la ilusión de volver a escuchar el llanto
de Rolandito. Se mete a la cama vestida con su camisón de manta. Un ligero
estremecimiento recorre, su cada vez más enjuto cuerpo, al sentir el abrazo de
las frías sábanas. Reza una estación del rosario, lanza un suspiro, deja que
los párpados cubran sus cansados ojos y se prepara para seguir borrando
recuerdos de lo que pudo haber sido y no fue.
jueves, 2 de junio de 2016
AMOR DE MI VIDA
Aún
recuerdo tu cuerpo desnudo apretado contra el mío cuando, entre sollozos, me develabas
aquella amarga confesión:
―Te
amo más que a nada en el mundo, pero esto nunca podrá ser. Mi padre me comprometió
con uno de los nuestros.
A
partir de ese día mi vida perdió sentido. La rabia, que circulaba por mis venas, impidió
que nuevos amores anidaran en mi corazón.
Entré
a la Universidad, me enrolé en el movimiento y canalicé mis frustraciones luchando
contra los malditos opresores que le arrebataban todo, hasta el amor, a los
privados de fortuna como yo. Con el paso de los años, mi reputación transcendió
fronteras. Fue cuando me pidieron ir al Salvador. Allá querían acabar con un
pez gordo, el presidente de la Asociación de Cafetaleros. Habían descubierto
que acostumbraba asistir sin escolta a la sinagoga. Ese desafío me apasionó. Era algo con lo que soñaba. Nadie sospechaba las razones. Luego de analizar el terreno,
montamos el operativo cerca de una rotonda, en donde forzosamente tenía que
frenar. Una compañera, Susana, aceptó atravesarse para simular que la había
atropellado. Todo salió a pedir de boca. Susana cayó al pavimento y comenzó a
fingir convulsiones. Cuando el objetivo bajó a auxiliarla, lo cosimos a
balazos.
Ese
día, nadie sabe la razón, le acompañaba su familia. Lo poco que quedaba de mí,
comenzó a desmoronarse cuando, a través de la puerta abierta del carro, observé
los horrorizados ojos de su esposa. Unos ojos que conocía tan bien. Sin embargo,
como combatiente veterano, recordé la consigna: No podíamos dejar testigos de
nuestras acciones.
Con
mano temblorosa levanté el cañón de mi arma y sentí cómo mi boca se llenaba de
amargura, cuando me despedí de ella.
―Adiós
amor de mi vida.
Última
hora: Un comando subversivo acaba de ultimar al presidente de la Asociación de
Cafetaleros en la rotonda del Salvador del Mundo. Uno de los subversivos
pereció también. Aparentemente se le escapó una ráfaga que lo mató de manera instantánea.
Los paramédicos condujeron a la esposa del empresario a un sanatorio cercano,
pues sufrió un shock nervioso. Las autoridades persiguen al resto del comando de asesinos.
miércoles, 1 de junio de 2016
SOMETHING
En
el ala de oncología del hospital estaba la sección de pacientes terminales. La mayor
preocupación para los que trabajábamos allí, era darles las mayores comodidades
a los reluidos, en sus últimos días sobre la tierra. De todas las historias
que viví, escogí esta para compartir con ustedes.
Antonio
era un practicante de veinticuatro años, alto, de mirada profunda, que estaba
por terminar la carrera. Vanessa era una hermosísima joven que llevaba meses internada
con nosotros. La leucemia había acabado con la rubia cabellera que lucía en la
foto sobre la mesa de noche; sin embargo, irradiaba una luz que emanaba de su
alma. Había quedado huérfana desde pequeña y al cumplir dieciocho años, pasó
del asilo al hospital. Nadie llegaba a visitarla y aunque los estragos de la
enfermedad le acarreaban muchos sufrimientos, ella se empeñaba en ver el lado
amable de la vida. Su dulce voz era como un manantial que refrescaba nuestros
áridos días. Antonio se deleitaba perdiéndose en el diáfano celeste de sus ojos,
pasaba horas a su lado leyéndole historias de amor y podiamos notar que, al
leerle, soñaba que escapaban a otras dimensiones, lejos de la enfermedad y el
dolor.
Ustedes
lo habrán imaginado, Antonio terminó perdidamente enamorado y ella le
correspondió. Todos los del servicio vivíamos ese romance con una mezcla de
alegría y tristeza. Contra todas las probabilidades pensábamos que el amor
sería más grande y que Dios haría el milagro de curarla. Sucedió lo contrario,
el último día que su mirada nos iluminó fue un 29 de enero. A partir de ese momento
ella entró en ese estado que impide saber si una persona está consciente o no,
de lo que sucede a su alrededor. Se nos destrozaba el corazón al observar como
pasaba Antonio sus incontables vigilias, entre lágrimas, suspiros y evocaciones
de lo que pudo haber sido y no fue.
Llegó
febrero, se aproximaba el que sería su único día de San Valentín. Nos intrigaba
observar a Antonio, era evidente que planeaba algo. Unos días antes, se acercó
a dos enfermeras, Yolanda, una joven delgada y alta, y Martita, la mayor del
grupo, gordita y bajita. Cuando les compartió el plan, Yolanda movió la cabeza
en sentido afirmativo, Martita se pasó un pañuelo por sus ojos y lo abrazó.
―Eres
un loco Antonio. Aunque nos despidan, cuenta con nosotros.
El
catorce de febrero, a las ocho de la noche (para evitar que nos vieran las
autoridades o el resto del personal) y con la complicidad de todos los del
servicio, trasladamos a Vanessa a otra habitación, que habíamos transformado en
un dormitorio de ensueño. Martita le puso la bata de encaje que Antonio compró
para la ocasión, Yolanda le aplicó sombra en los ojos y un poco de pintalabios.
Un delicado aroma a rosas perfumaba el ambiente mientras se escuchaban arreglos
instrumentales de los Beatles, su grupo favorito. Desde la puerta de esa
improvisada alcoba, parecía que en el lecho reposaba una princesa de cuento de
hadas. Antonio apareció vestido de esmoquin, en su gesto tranquilo, se notaba
el brillo de sus ojos, por el llanto a penas contenido.
Una
carretilla, cerca de la cama, tenía el equipo que se necesitaba. Antonio se recostó
a su lado y tomó su brazo. Los demás observábamos tratando de pasar
desapercibidos. Él comenzó a hablarle, entre susurros, suspiros y lágrimas le decía
cuánto la amaba y que quería demostrárselo. Yolanda y Martita conectaron el
sistema. En el momento que inició “Something”,
aquel inmortal himno al amor de los genios de Liverpool, contuvimos el aliento
al observar cómo la sangre de él fluía hacia la inerte Vanessa. Todos sabíamos
que sus tipos eran incompatibles, pero en este caso extremo, eso no importaba. Luego
de unos pocos minutos, las mejillas de nuestra adorada princesa recobraron el
rubor, hasta nos pareció ver que sonreía. A una seña del jefe de turno, nos
retiramos para darles un poco de privacidad. Él la tuvo en sus brazos el resto
la noche. Al alba, él apareció. La palidez en su rostro hizo innecesarias las palabras,
ella había partido al más allá.
Tres
semanas después, Antonio terminó su servicio. No volvimos a saber de él. Sin
embargo, luego de tres décadas de aquel suceso, cada vez que llega el catorce
de febrero se comenta su historia y se dice que, ese día, sigue llegando al
lugar en donde reposa el cuerpo de Vanessa, un hombre alto, de mirada profunda
que pone música de los Beatles y que, al escucharse “Something”, una mariposa
blanca asoma entre los árboles y lo rodea ejecutando una delicada danza.
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