sábado, 11 de junio de 2016

MASKARADAS: LAS PUERTAS

MASKARADAS: LAS PUERTAS: Sientes la brusca sacudida, el chirrido de la puerta al abrirse.   ̶ Con todo el dinero que el gobierno les asigna, por lo menos deberían ...

LAS PUERTAS


Sientes la brusca sacudida, el chirrido de la puerta al abrirse.  ̶ Con todo el dinero que el gobierno les asigna, por lo menos deberían cambiar ascensores ̶  piensas. Haces una larga inspiración para calmar tu respiración y sales del estrecho cubículo.  Estás a pocos minutos de ganar tu primer millón de dólares.

Lejos queda el recuerdo de aquel niño, que aprovechando las luces rojas de los semáforos, se acercaba a los vehículos detenidos y ofrecía golosinas o goma de mascar. Sin embargo, algo que tienes presente es el enojo y la frustración de tu difunta madre, cuando emocionado, abriste la puerta del cuarto para entregarle aquella bolsa que tomaste en un decuido de la conductora. Su voz, entrecortada por la cólera, ese dedo amenazante cerca de tu cara.

̶ ¡Jamás! Escúchame, jamás vuelvas a tomar algo ajeno. Prefiero que muramos de hambre a convertirnos en ladrones.

Esa luchadora mujer fue lo mejor que tuviste en la vida. Ella te obligó a estudiar, te alejó de las tentaciones de la calle y todavía tuvo el gusto de estar en tu graduación de abogado, antes de sucumbir a los estragos del cáncer.

̶ Si me viera ahora  ̶ Suspiras.  ̶ Defendiendo a uno de los hombres más ricos del país. Estarías tan orgullosa mamá, tu hijo lo está logrando.

El caso te ha consumido muchísimo tiempo, el bufete no ha escatimado esfuerzos. A pesar de los contundente de las pruebas en contra de tu cliente, apelarán a un tecnicismo para que no sean aceptadas. Es lo único que tienen, Un mes antes, el socio director de la firma te llamó a su despacho. Te pidió cerrar la puerta, te tomó del brazo, sonrió con gesto de complicidad y fue directo al grano.

̶ Jorge, confiamos en ti. Eres nuestro experto. De ti depende el destino del señor Zamora. Si ganamos el caso, nos pagará cinco millones y el veinte por ciento será para ti.

Aunque tu tarea era blindar el tecnicismo, estudiaste todo el expediente. Leíste las declaraciones de las víctimas, jovencitas menores de edad raptadas al salir del colegio, los tormentos que pasaron encerradas en ese apartamento con una puerta blindada, propiedad de Industrias Zamora, el dolor que parecía brotar de sus palabras cuando exigían justicia.  En aquellas interminables noches de insomnio, volvías a escuchar la voz de su madre.

̶ Mijo, nada se compara a vivir con la conciencia tranquila por haber hecho lo correcto. Ningún dinero del mundo puede compensar eso.

¡Un millón de dólares antes de cumplir treinta años! La puerta a un mundo que jamás soñaste, la manera de asegurar tu futuro con Laura. Laura, la hija menor del jefe, es la dueña de tu corazón. Una muchacha tan encantadora e inteligente pudo escoger a decenas de candidatos entre su clase social, pero apostó por ti, tu personalidad, tu irrefrenable deseo de alcanzar el éxito y por qué no, ese cuidado casi obsesivo que pones en tu arreglo personal. Tal vez tu jefe te confió el caso para decirte que tienes la puerta abierta para ingresar a su exclusivo círculo.

Caminas con paso seguro por el pasillo que conduce a la sala de audiencias. Observas decenas de puertas de madera, unas están abiertas, otras cerradas, como nos ocurre en el recorrido de la vida.
En tu  mente repites los argumentos fundamentales de tu alegato. Estás a veinte pasos de la puerta de la sala en dónde te cubrirás de gloria.  cuando observas a dos mujeres que también se dirigen allá. Parecen madre e hija, en sus caras se refleja angustia y dolor. La jovencita, que no tendrá más de dieciséis años, está embarazada. Las dos mujeres te recuerdan a tu madre, a tu pequeña hermana que murió dando a luz al bebé fruto de una violación…
Sientes que las luces se apagan. Cuatro pasos, tres, dos, uno, giras la manija y entras.

Tu madre se sentirá orgullosa de ti.

viernes, 10 de junio de 2016

CONCIENCIA


I

Roxana vivió sus últimos momentos intentando ocultarse en aquel oscuro rincón. Observando, paralizada, la fría mirada de su verdugo y con la amargura de dejar a sus herederos, condenados al calvario de permanecer escondidos, perseguidos, marginados… Sabía que, tarde o temprano, serían víctimas de las brigadas de exterminio que operaban con la complacencia del gobierno. Se encogió y cerró los ojos. Un certero golpe acabó con sus desgracias. 

Su ejecutor, con gesto de satisfacción, observó los despojos. Entre los amigos, sin el menor recato, se vanagloriaban en esa macabra competencia de quien liquidaba más marginados. En pocas horas, al desayunar, criticaría la incapacidad del gobierno para controlar la violencia.

(Su esposa era algo más que un cómplice.  Cuando su voluntad flaqueaba, ella le alentaba a continuar.  Le recordaba que los maridos de sus amigas también participaban en esas actividades clandestinas. Ella, que se vanagloriaba de colaborar con varias instituciones de beneficencia, no dudaba en calificar a los marginados de “peste que debía aniquilarse”. Pocos imaginaban que, ese profesional de las finanzas, al regresar a su casa, se convertía en un despiadado asesino.)

II

Roxana vino al mundo como resultado de un parto múltiple, era como la naturaleza compensaba la elevada mortalidad que sufrían. Desde pequeña asistió a las reuniones comunales, que se celebraban en lugares oscuros y a altas horas de la noche.  Sus líderes recalcaban las reglas básicas de sobrevivencia que regían el comportamiento de todos los grupos ocultos en la ciudad: No dejarse ver, no dejarse oír, no dejar rastro de su presencia.  También les inculcaban el principio del bien común:

̶ Si los descubren, huyan en dirección contraria a la colonia. Muchos morirán si descubren nuestros escondites. Hemos sido marcados por un desgraciado destino, tarde o temprano sufriremos una muerte violenta, procuren que su sacrificio no sea en vano.

Otra amarga realidad era que las comunidades sobrevivían en el umbral de la miseria.

(Llamemos a las cosas por su nombre. Robaban, porque ningún invasor establecía relaciones con ellos, tampoco tenían acceso a los servicios básicos que proporcionaba el Estado. Los invasores, únicos ciudadanos reconocidos por la Constitución, y los clandestinos marginados, convivían en dos mundos paralelos, cada uno conociendo y repudiando la existencia uno del otro.)

La pequeña Roxana, Rochy como le llamaban cariñosamente, conservaba un imborrable recuerdo de su niñez.

Aquella noche se habían reunido para celebrar el fin de la temporada de lluvias y para conocer a los miembros de la comunidad nacidos durante el invierno.  Al terminar la comida varios jóvenes, Roxana entre ellos, fueron a conocer los alrededores. Su falta de experiencia, el jolgorio del grupo y la atracción de lo vedado, se conjugaron en una fórmula letal.  De repente, un estallido de luz les encegueció.  La mayoría se dispersó lejos de la colonia, pero algunos pequeños olvidaron lo que les habían dicho y corrieron a buscar la protección de sus padres. A los invasores les bastó con seguirlos, para descubrir el refugio que con tanto cuidado se había construido. La colonia fue puesta en alerta máxima y se redobló la vigilancia. Al reaparecer el sol, y en vista que nada había sucedido, los líderes les ordenaron retirarse a descansar. Era el momento que Roxana esperaba.  Se escabulló del campamento y se dirigió al lugar que habían visitado la noche anterior.  ̶ Que descuidada fui.  Debo encontrarlo.  Si mis padres se enteran... Murmuraba mientras buscaba por el lugar. Unos pesados pasos la obligaron a esconderse. 

El frío de la muerte la invadió al observar cómo un puñado de enemigos avanzaban con las caras cubiertas con máscaras.  Vestían uniformes diferentes a los que conocía, se trataba de alguna unidad especial de exterminio. Estos comandos no portaban armas convencionales, sino pesados tanques a sus espaldas. Los malditos rodearon la colonia y bloquearon las rutas de escape.  A una señal del comandante giraron las llaves de los tanques. Un gas blanquecino, certeramente dirigido, comenzó a difundirse por el área en dónde descansaban sus víctimas. Casi de inmediato, Roxana comenzó a sentir un insoportable ardor al respirar.  Sintiendo que se ahogaba, buscó un lugar ventilado Las fuerzas le abandonaban, sus debilitadas extremidades apenas lograban sostenerla.  Hubo un momento en que su cuerpo estuvo a punto de caer al vacío.

̶  ¡Es el fin, no puedo más!  ̶ Dijo, convencida que ya nada podría salvarla.

Por fin llegó a la cima y se desmayó.

Cuando abrió los ojos, la luz de la luna iluminaba el solitario lugar. Roxana soltó el llanto, su pequeño cuerpo se convulsionaba de dolor y de miedo.  Nada la había preparado para la dureza de lo que estaba viviendo. Ni siquiera albergaba la esperanza de sepultar a sus seres queridos pues los enemigos limpiaban concienzudamente el área en dónde cometían las masacres. Permaneció en el escondite por casi una semana.  Al sentir que desfallecía tuvo que escoger, o moría de sed allá arriba o corría el riesgo de bajar. Hizo un supremo esfuerzo para vencer el terror y comenzó a descender.  Al llegar a la explanada, se dirigió al que había sido su hogar.  Los residuos del gas volvieron a provocarle ardores y náusea, pero ella había decidido no retroceder.

Al meterse por el pasadizo que conducía al campamento. ¡Una escalofriante escena la dejó sin aliento!  El cadáver de uno de sus vecinos yacía petrificado, prendido de una red… Con los ojos anegados en llanto lo reconoció.  Era un anciano al que todos respetaban, alguien que siempre tenía una palabra amable, un consejo y un confite para los más jóvenes. Con el corazón hecho pedazos pensó que otras comunidades más civilizadas le hubieran guardado las consideraciones inherentes a su edad, pero no sus oponentes. La mejor forma de describir lo que encontró del anciano era que de él solo quedaba un cascarón tieso. Roxana acarició los restos de una de sus manos y musitó una palabras, agradeciéndole sus enseñanzas y su cariño.  Ese fue el único cadáver que encontró.  Los invasores habían borrado toda evidencia de sus atrocidades. 

Llegó hasta la que había sido su casa, que ahora estaba invadida por un pesado silencio.  Se acostó, clavó la mirada en el techo y trató de ordenar sus ideas. Cuando se incorporó, estaba dispuesta a salir adelante. Estaba convencida que tenía una misión en la vida, ella sería la responsable de preservar su especie.

En primer lugar, necesitaba integrarse a otra colonia.  Si seguía vagando sola, sus probabilidades de sobrevivir serían nulas. Luego de sopesar diferentes opciones, recordó que en las afueras de la ciudad, vivían unos familiares lejanos y decidió ir a buscarlos. Emprendió su travesía orientándose por la posición de las estrellas, ocultándose en improvisados refugios durante el día. Tras caminar varias jornadas divisó, disimulada entre los centenarios árboles que rodeaban la ciudad, a la colonia que buscaba. Su extraña apariencia hizo que la recibieran con recelo. Cómo había permanecido escondida casi toda su vida su tez era más clara que la de sus congéneres del campo quienes, por no tener que ocultarse, lucían un saludable bronceado.

Roxana estaba en el florecer de su juventud y la naturaleza había sido generosa con ella.  Su agraciada figura provocó más de un suspiro entre los solteros del lugar.  César, el primogénito del líder de la colonia, un joven de fuerte constitución y mirada resuelta -un verdadero macho- como comentaban las jóvenes casaderas del lugar, usó sus influencias para que autorizaran su permanencia.  A Roxana tampoco le fueron indiferentes los encantos del galán. 

Luego de un corto romance, los jóvenes solicitaron permiso para continuar su vida en pareja.  En cuanto lo recibieron, se trasladaron a la vivienda que él había construido. Con el paso de los días un tema comenzó a nublar la felicidad del nuevo hogar, contrario a lo que Roxana ambicionaba, César se mostraba renuente a encargar descendencia.  Sus amigos quienes le explicaron la razón.

̶ Él sueña con ir a la ciudad.  Si se llenan de hijos será más dificil mudarse.

Un día, caminaban por el bosque cuando César le externó sus ambiciones.

̶ Amor, si queremos un futuro mejor, debemos buscarlo fuera de aquí.  No pongas esa carita.  He escuchado historias de las privaciones que se pasan en la ciudad, sin embargo soy joven, fuerte y decidido. Estoy seguro que triunfaré. Quiero para mis hijos un destino mejor.  No concibo mayor frustración que verlos crecer siendo campesinos ignorantes y pobres como yo. Con tu experiencia y mi astucia superaremos cualquier obstáculo. Te ruego que me apoyes.  No quiero llegar a viejo sin haberlo intentado.

Roxana pasó varios días sintiéndose presa de sentimientos encontrados,  finalmente decidió apoyar el sueño de su marido. Sin embargo, en un desesperado intento por diferir lo inevitable, lo convenció de buscar acomodo en uno de los nuevos suburbios poco habitados por los invasores.

Por un tiempo disfrutaron de tranquilidad y abundancia.  César, una vez cumplidos sus anhelos, se mostró anuente a realizar los de ella.  Al poco tiempo Roxana percibió las inconfundibles señales de su inminente maternidad. Los cuatro retoños colmaron de felicidad al joven hogar. César asumió con entusiasmo sus nuevas responsabilidades, multiplicándose para proveer lo necesario para su familia.  Ella permanecía en casa, cuidando a los pequeños. Aunque prodigaba las mismas atenciones a los cuatro, no ocultaba su preferencia por Tito, el único varón, quien era el vivo retrato de su padre.

El tiempo se fue volando y pronto los críos tuvieron edad suficiente para realizar su primera excursión nocturna.  Al caer la noche, la familia en pleno salió de su escondrijo.  Las tres jovencitas caminaban detrás de su madre; Tito, al lado de su padre, exploraba los lugares más alejados. Tuvieron suerte. Esa noche descubrieron un depósito de provisiones de los invasores.  A partir de ese día, Tito acompañó a César en sus correrías nocturnas, algo que acongojaba a Roxana. La tranquilidad del hogar se alteraba cada vez que ella le planteaba sus temores a César.

̶ Siempre te dije que vendría a triunfar. Mira a nuestro muchacho, lo bien que se ha adaptado a esta vida.

̶ Tienes razón, pero no se descuiden tanto.  Recuerda que hay ciertas reglas...

̶ ¡Reglas!  Dime, ¿acaso las reglas salvaron a tu familia?  La única regla que conozco es la de luchar por tus sueños. Riesgos siempre ha habido y siempre los habrá. ¿Por qué no confías en nuestra fuerza y astucia? Los invasores se apropiaron de lo que nos pertenecía porque les dejamos el camino libre, siempre hemos preferido escondernos y huir. Si ni nosotros confiamos en nuestras capacidades  ¿Quién lo hará?

Una noche, el emocionado Tito regresó contando cómo, junto a su padre, habían logrado que un invasor huyera.

̶ Estábamos aprovisionándonos en aquel depósito que ustedes conocen cuando se encendieron las luces. Un invasor nos observaba con los ojos bien abiertos. Era un niño y aunque me aventajaba en tamaño, decidí no mostrarle temor. Comencé a moverme hacia él, mirándole fijamente, cuando estaba a menos de un metro, tensé mi cuerpo y le reté a luchar, ¿adivina qué pasó?  ¡Salió corriendo lanzando alaridos!  En ese momento comprobé que la teoría de papá es correcta. Nos explotan porque nos hemos dejado. Los invasores nos temen tanto o más que nosotros a ellos.

Sus hermanas lo veían con admiración mientras Tito hinchaba el pecho.

̶ Mamá, si hubieras visto el terror reflejado en sus ojos, cuando levantaba mis brazos velludos retándolo a luchar. ¡Fue algo increíble! Con cada paso que daba, él se cubría los ojos y retrocedía. 

̶ Mi amor, estoy segura que con tu agilidad hubieras tenido un buen chance de vencerlo, pero recuerda que ese niño estaba desarmado. Ellos cuentan con una tecnología superior, por eso no nos conviene provocarles.

César intervino.

̶ Jovencito, escucha los consejos de tu madre y prométenos que no harás locuras.

(Dos días después, sin que Roxana o los suyos se enteraran, los enmascarados con tanques a la espalda, reaparecieron.  Esta vez saturaron de veneno los alrededores de la bodega de suministros.) 

César y Tito organizaron su incursión semanal.  Cuando estaban despidiéndose, Roxana sintió un desesperado llamado de su corazón: “¡No los dejes marcharse!” 

̶ ¡Por favor cuídense! Prométanme que retrocederán ante cualquier señal de peligro. 

Iba a continuar, pero la dura mirada de César la detuvo. Ambos se alejaron sonrientes.

Padre e hijo se colaron por debajo de la puerta y sin perder tiempo, comenzaron a tomar lo que necesitaban. Pasados algunos minutos, Tito dejó de hurgar entre las cajas… un profundo silencio le rodeaba.  Algo extraño sucedía.  No se escuchaban los ruidos que debía provocar su padre al estar moviendo las cosas.

̶ Papá ¿estás bien?

Varias veces repitió la pregunta, sin obtener respuesta.  Entonces, corrió hacia donde lo había visto por última vez: conforme avanzaba, sentía que la garganta se le iba cerrando.  La irreconocible voz de su padre le provocó un sobresalto.

̶ Tito, aléjate…  Era una trampa.

Estaba tendido de espaldas, agitaba sus extremidades y era víctima de tremendas convulsiones. Un torrente de espuma blanca escapaba de su boca.

̶ Tu madre tenía razón, debimos ser más cuidadosos.

Tito se debatía entre el dolor de ver a su padre moribundo y la angustia de sentir que también él comenzaba a sufrir los efectos del veneno.  César, a punto de desfallecer, apenas alcanzó a expresarle su última voluntad.

̶ Vete de aquí y no vuelvas nunca a este maldito lugar. A partir de ahora eres el responsable de la familia, cuida a tu madre y a tus hermanas. Diles que mis últimos pensamientos fueron para ellas, que me perdonen por haberles fallado.  ¡Vete! 

̶ No papá…

̶ ¡Vete!

Tito se alejó tambaleante, sintiendo un ardor que le quemaba por dentro.  A duras penas alcanzó a salir de la bodega, segundos después sus ojos, cocidos por el ácido, dejaron de orientarle.  Sumido en la oscuridad, presa del terror y totalmente desorientado, vagó en círculos hasta que las fuerzas le abandonaron.

Roxana encontró su cuerpo casi deshecho al día siguiente.  Conocía muy bien lo que había causado ese daño. Un indescriptible dolor la desgarraba por dentro, al imaginar el tormento que su idolatrado hijo había padecido antes de morir. De su esposo no encontró rastro.  Regresó a su casa presa de una profunda depresión.

̶ La tragedia vuelve a repetirse. Ay naturaleza ¿Por qué eres tan cruel? ¿Por qué permites que tengamos hijos, para que luego los veamos partir de manera prematura?  Perdí a mi Tito, él era la luz de mi vida. En él cifraba mis esperanzas de perpetuar mi estirpe, ahora todo acabó.  ¿Qué sentido tiene el buscar otro compañero y ser feliz unos días, si en nuestro destino está escrito que volveremos a sufrir esto?

Durante varias semanas solo ansió la la muerte. Un día su dolor tocó fondo y comprendió que la vida debía continuar, que sus hijas también merecían una oportunidad de ser felices. 

Alentada por esos pensamientos, recobró los ánimos para retornar a la rutina diaria.  Establecieron contacto con otra comunidad y surgieron pretendientes para sus agraciadas hijas. 

III

La noche en que sucede el desenlace de esta historia, Roxana se vio obligada a salir. 

Los vecinos las habían invitado a comer y ella quería llevarles un obsequio especial. Aunque Rossy, su hija mayor, no le explicó el motivo, Roxana había notado las intensas miradas que su princesa cruzaba con el apuesto primogénito de la otra casa.

El tiempo apremiaba, ella registraba sin mayores precauciones.

̶ Cómo olvidé el regalo.  Son una buena familia.  Debemos quedar bien con ellos...

Por un nefasto designio ella buscaba en el baño de la casa, justo cuando el dueño necesitaba aliviar su vejiga. 

El encuentro fue inevitable. 

Él, para no despertar a su esposa, caminaba descalzo y a oscuras.  Ella, en su loca huída, trepó por su pie. El roce de las patitas, sobre su piel desnuda, terminó de despertarle. Al aguzar sus sentidos, él observó a la cucaracha inmóvil en una esquina. Como no encontró algo que pudiera servirle de arma, salió sigilosamente de allí. En menos de un minuto regresó con un zapato.  Quién sabe por qué, el bicho seguía en el mismo lugar. Él alzó el brazo, lo dejó caer con fuerza y se escuchó el crujido del pequeño cuerpo al ser aplastado. Una blanquecina sustancia se impregnó en la suela. Su esposa, disgustada por el abrupto despertar, le gritó.

-¡Juan Daniel, ven a dormir!  Deja de armar tanto escándalo por una simple cuquita.

Y aquí voy, de regreso a mi cama, acongojado por una interrogante que me impedirá pegar los ojos por el resto de la noche. Preguntándome si Dios, Creador de la vida, aprobará lo que acabo de hacer. Si mi última víctima era simplemente una cucaracha asquerosa, o si como nosotros, habrá tenido una familia, un sueño y una historia que contar...

domingo, 5 de junio de 2016

CUARTO EN ALQUILER


El día había llegado y no lo esperaba tan pronto. Me despertaron los ruidos en el cuarto de mi mentora. Medio dormido, caminé hacia allá y me vi inmerso en un increíble revoltijo. Las gavetas y cajas volcadas en el suelo, exponían a mis ojos las memorias de los años pasados acá. En la cara de mi mentora creí ver un gesto de decepción.

– Discúlpame –Dije bajando la cabeza. – No seguí tus consejos y guardé demasiadas cosas que no me servirán para nada en el viaje de regreso.

Las instrucciones eran claras. Solo permitían llevar una pequeña maleta. El desafío era escoger aquello que fuera más valioso. Llamaba la atención la marca de la maleta: “Enseñanzas”

Más que preocuparme por lo que llevaría, quería dejar limpio el sitio que me había acogido durante mi estadía. Otro ocuparía mi lugar , no deseaba que lo encontrara sucio. Era una tarea titánica. La basura se amontonaba en cada rincón, una materia negra y pegajosa, era imposible reconocer que la formaba. Como no tenía herramientas para realizar la tarea, con las manos iba formando pequeños volcanes que fueron ocupando todo el espacio disponible. Parecía una pesadilla. Cuando parecía que había limpiado un área, minutos después estaba otra vez repleta de esa sustancia, que se pegaba a mi ropa y a mi piel, haciéndome sentir cada vez más pesado.

Di un salto al escuchar el timbre. Había llegado la hora de abandonar el lugar y aún no terminaba. La puerta se abrió, afuera reinaba la oscuridad. Me veía las manos negras, el volcán de basura, la maleta sin llenar. Deseaba quedarme, terminar la tarea, me arrepentía de haber dejado la limpieza para el último momento.

Una corriente comenzó a empujarme hacia la puerta. Grité, estiré los brazos para asirme a mi mentora, pero fue en vano. Había llegado el momento. Ya no pertenecía a este lugar.
Viajaría sin enseñanzas  e impregnado de la basura que no me había logrado quitar.

sábado, 4 de junio de 2016

NOSTALGIA


El llanto, menguado, balbuceante, la vuelve a la realidad. Escucha los latidos de su corazón, inquieto, dudoso. Su cerebro se conecta a la realidad y extiende la mano. Es un proceso lento, lleno de temores y esperanzas. Así llega a la parte de la cama que su cuerpo no ha calentado. Las sábanas frías completan el círculo de su aflicción. En ese momento se pregunta ¿qué estoy sintiendo? La respuesta es obvia: Soledad.

Lleva cuarenta años así. Cuarenta años despertándose al escuchar los reclamos de su bebé. ¿Cómo estará él ahora? Muchas veces lo ha imaginado. Alto, con el cabello negro y ondulado de su padre, los ojos luminosos del abuelo, la sonrisa encantadora de la abuela y el buen corazón de su madre. ¿Será ingeniero, abogado o doctor? ¿Cuántos nietos le habrá dado? Ella siempre quiso una parejita, tal vez mellizos, como Andrea y Paola, sus hermanas pequeñas que también se han marchado.

Veinte minutos después se encuentra en la cocina. El silbido de la jarrilla sobre la estufa, le avisa que el agua está lista, dentro de poco degustará la primera taza de café. Le hubiera encantado que Rolandito lo probara como ella le gusta: fuerte, caliente y sin azúcar.

Se mete a bañar, la ducha helada le corta el aliento. A ciegas toma la bola de jabón de coche para lavarse el cabello y usa la misma espuma para el resto del cuerpo. Con los ojos cerrados se lava las partes íntimas, los abre hasta que tiene la toalla enrollada que antes, se sostenía en su busto y que ahora, debe sostener con las manos.

Pasa la mañana llorando, viendo telenovelas, sufriendo las tragedias ajenas que alivianan el peso de las suyas.
A mediodía prepara un caldo de albóndigas y como siempre, pone dos lugares en la mesa. Cuando alguna entrometida vecina le pregunta, ella responde con seguridad.

̶ Nunca sé cuándo mi hijo pueda venir a almorzar.

Por la tarde sale a caminar al parque. Solo necesita cruzar la calle para llegar. Una tarea cada vez más peligrosa pues los carros pasan volando. Menos mal el policía de tránsito, vestido de verde perico y al que la mayoría de conductores insulta, la ayuda a realizar el peligroso cruce.

̶ Dios te bendiga muchacho.  ̶ Le dice ella ,dándole cariñosas palmadas en la cara.

Lleva consigo la sempiterna bolsa con migas de pan. Los pajarillos la saludan gorjeando y pronto bajan de los árboles para aprovechar el festín.

Llega la noche, el acostumbrado café, la telenovela, la copita de vino para consagrar que la ayudará a conciliar el sueño, la ilusión de volver a escuchar el llanto de Rolandito. Se mete a la cama vestida con su camisón de manta. Un ligero estremecimiento recorre, su cada vez más enjuto cuerpo, al sentir el abrazo de las frías sábanas. Reza una estación del rosario, lanza un suspiro, deja que los párpados cubran sus cansados ojos y se prepara para seguir borrando recuerdos de lo que pudo haber sido y no fue.

jueves, 2 de junio de 2016

AMOR DE MI VIDA


Aún recuerdo tu cuerpo desnudo apretado contra el mío cuando, entre sollozos, me develabas aquella amarga confesión:

―Te amo más que a nada en el mundo, pero esto nunca podrá ser. Mi padre me comprometió con uno de los nuestros.

A partir de ese día mi vida perdió sentido. La rabia, que circulaba por mis venas, impidió que nuevos amores anidaran en mi corazón.

Entré a la Universidad, me enrolé en el movimiento y canalicé mis frustraciones luchando contra los malditos opresores que le arrebataban todo, hasta el amor, a los privados de fortuna como yo. Con el paso de los años, mi reputación transcendió fronteras. Fue cuando me pidieron ir al Salvador. Allá querían acabar con un pez gordo, el presidente de la Asociación de Cafetaleros. Habían descubierto que acostumbraba asistir sin escolta a la sinagoga. Ese desafío me apasionó. Era algo con lo que soñaba. Nadie sospechaba las razones. Luego de analizar el terreno, montamos el operativo cerca de una rotonda, en donde forzosamente tenía que frenar. Una compañera, Susana, aceptó atravesarse para simular que la había atropellado. Todo salió a pedir de boca. Susana cayó al pavimento y comenzó a fingir convulsiones. Cuando el objetivo bajó a auxiliarla, lo cosimos a balazos.

Ese día, nadie sabe la razón, le acompañaba su familia. Lo poco que quedaba de mí, comenzó a desmoronarse cuando, a través de la puerta abierta del carro, observé los horrorizados ojos de su esposa. Unos ojos que conocía tan bien. Sin embargo, como combatiente veterano, recordé la consigna: No podíamos dejar testigos de nuestras acciones.

Con mano temblorosa levanté el cañón de mi arma y sentí cómo mi boca se llenaba de amargura, cuando me despedí de ella.

―Adiós amor de mi vida.

 

Última hora: Un comando subversivo acaba de ultimar al presidente de la Asociación de Cafetaleros en la rotonda del Salvador del Mundo. Uno de los subversivos pereció también. Aparentemente se le escapó una ráfaga que lo mató de manera instantánea. Los paramédicos condujeron a la esposa del empresario a un sanatorio cercano, pues sufrió un shock nervioso. Las autoridades persiguen al resto del comando de asesinos.

miércoles, 1 de junio de 2016

SOMETHING


En el ala de oncología del hospital estaba la sección de pacientes terminales. La mayor preocupación para los que trabajábamos allí, era darles las mayores comodidades a los reluidos, en sus últimos días sobre la tierra. De todas las historias que viví, escogí esta para compartir con ustedes.

Antonio era un practicante de veinticuatro años, alto, de mirada profunda, que estaba por terminar la carrera. Vanessa era una hermosísima joven que llevaba meses internada con nosotros. La leucemia había acabado con la rubia cabellera que lucía en la foto sobre la mesa de noche; sin embargo, irradiaba una luz que emanaba de su alma. Había quedado huérfana desde pequeña y al cumplir dieciocho años, pasó del asilo al hospital. Nadie llegaba a visitarla y aunque los estragos de la enfermedad le acarreaban muchos sufrimientos, ella se empeñaba en ver el lado amable de la vida. Su dulce voz era como un manantial que refrescaba nuestros áridos días. Antonio se deleitaba perdiéndose en el diáfano celeste de sus ojos, pasaba horas a su lado leyéndole historias de amor y podiamos notar que, al leerle, soñaba que escapaban a otras dimensiones, lejos de la enfermedad y el dolor.

Ustedes lo habrán imaginado, Antonio terminó perdidamente enamorado y ella le correspondió. Todos los del servicio vivíamos ese romance con una mezcla de alegría y tristeza. Contra todas las probabilidades pensábamos que el amor sería más grande y que Dios haría el milagro de curarla. Sucedió lo contrario, el último día que su mirada nos iluminó fue un 29 de enero. A partir de ese momento ella entró en ese estado que impide saber si una persona está consciente o no, de lo que sucede a su alrededor. Se nos destrozaba el corazón al observar como pasaba Antonio sus incontables vigilias, entre lágrimas, suspiros y evocaciones de lo que pudo haber sido y no fue.

Llegó febrero, se aproximaba el que sería su único día de San Valentín. Nos intrigaba observar a Antonio, era evidente que planeaba algo. Unos días antes, se acercó a dos enfermeras, Yolanda, una joven delgada y alta, y Martita, la mayor del grupo, gordita y bajita. Cuando les compartió el plan, Yolanda movió la cabeza en sentido afirmativo, Martita se pasó un pañuelo por sus ojos y lo abrazó.

―Eres un loco Antonio. Aunque nos despidan, cuenta con nosotros.

El catorce de febrero, a las ocho de la noche (para evitar que nos vieran las autoridades o el resto del personal) y con la complicidad de todos los del servicio, trasladamos a Vanessa a otra habitación, que habíamos transformado en un dormitorio de ensueño. Martita le puso la bata de encaje que Antonio compró para la ocasión, Yolanda le aplicó sombra en los ojos y un poco de pintalabios. Un delicado aroma a rosas perfumaba el ambiente mientras se escuchaban arreglos instrumentales de los Beatles, su grupo favorito. Desde la puerta de esa improvisada alcoba, parecía que en el lecho reposaba una princesa de cuento de hadas. Antonio apareció vestido de esmoquin, en su gesto tranquilo, se notaba el brillo de sus ojos, por el llanto a penas contenido.

Una carretilla, cerca de la cama, tenía el equipo que se necesitaba. Antonio se recostó a su lado y tomó su brazo. Los demás observábamos tratando de pasar desapercibidos. Él comenzó a hablarle, entre susurros, suspiros y lágrimas le decía cuánto la amaba y que quería demostrárselo. Yolanda y Martita conectaron el sistema. En el momento que inició “Something”, aquel inmortal himno al amor de los genios de Liverpool, contuvimos el aliento al observar cómo la sangre de él fluía hacia la inerte Vanessa. Todos sabíamos que sus tipos eran incompatibles, pero en este caso extremo, eso no importaba. Luego de unos pocos minutos, las mejillas de nuestra adorada princesa recobraron el rubor, hasta nos pareció ver que sonreía. A una seña del jefe de turno, nos retiramos para darles un poco de privacidad. Él la tuvo en sus brazos el resto la noche. Al alba, él apareció. La palidez en su rostro hizo innecesarias las palabras, ella había partido al más allá.

Tres semanas después, Antonio terminó su servicio. No volvimos a saber de él. Sin embargo, luego de tres décadas de aquel suceso, cada vez que llega el catorce de febrero se comenta su historia y se dice que, ese día, sigue llegando al lugar en donde reposa el cuerpo de Vanessa, un hombre alto, de mirada profunda que pone música de los Beatles y que, al escucharse “Something”, una mariposa blanca asoma entre los árboles y lo rodea ejecutando una delicada danza.